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Sesos
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 Article publié le 17 janvier 2015.

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Sosegadamente, Setabis, sesquipedal de pie y medio de largo, que es de Játiva, torcía a un lado o atravesaba una cosa hacia un lado. Son los sesos de una cabrita torcida, cortada o situada oblicuamente en el plato de barro de asar.

Sentado como un juntero de una junta hurgaba la masa nerviosa contenida en la cavidad del cráneo, como el aburrido en un baile por falta de pareja. En ella percibía la aptitud del alma y adivinaba vocablos o frases. Vio reflejado un corazón u ovario femenino que tenía sorbido el seso de uno y otro lado.

“De toma un seso o daca un seso, van dos sesos”, pensó, al tiempo que se dijo que la simpatía y el amor eran como piedra o ladrillo con que se calza la olla para que asiente bien en razón de tres a dos.

Frente por frente está el horno de asar, hecho de adobe y ladrillo. Pavesas y mocos de luz cubren el firme. Un cepo para ratones mordía una moneda de 50 cms. de euro como si estuviera acuñando a martillo.

Siete veces diez revolvió los sesos y les dividió en partes, que rebozó en harina y huevo para freír, pues no quería asar la cabecilla, tan solo freír los sesos. Un sétter aceituní cerrado de palos o varas entretejidas ladraba pidiendo la cabeza.

Como un seudo profeta, tonto, simple, Setabis se tocó sus partes, meditando y cavilando mucho, diciendo en voz alta :

-Esto ya no me sirve ni es útil para algo, tan sólo para mear. Ya no será obsequio de criada o sacristán, ni beneficio o prebenda eclesiástica.

Vajilla, vasos y demás utensilios estaban sobre el suelo.

Sacándose el miembro, bajo, humilde y de poca estima ; por estimación inexcusable de hacer una cosa como el orinar, mirándola y devanándose los sesos pensando en las pasiones o afectos de antaño que producía, le habló así :

-Me haces un flaco servicio. Ya no tienes más cortesía que para el bacín.

Orinó y, a continuación, se limpió con una rodea o paño de cocina, de lienzo o algodón de menor dimensión que el mantel, sobre la que colocó un plato vado y blanco sobre el que puso los sesos fritos sin quemarse. Sus manos, como las del marinero que está de vigía cerca de la serviola, o como las del religioso servita de la orden de este nombre fundada en Florencia, comenzó a partirlas con un tenedor, pincharlas y comerlas.

Una vez comido, reposó la cabeza sobre un cojín, llevando sus dos manos a la entrepierna y diciendo :

-Sescuncia, así llamaba a su miembro viril, eres como la antigua moneda romana que valía la octava parte del as ; apareciendo en su sesera un sueño en el que vio que su pene era de madera y tenía sesenta palmos de largo y tres por dos de escuadría.

El rió de lo que vio y mucho, pues esa sonrisa, dicen los que le vieron, que la llevo incluso a la tumba.

 

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