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La Buenona
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 Article publié le 12 octobre 2015.

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"La Buenona, hija de un principal de Segovia, se vino a vivir aquí, a Linares de Arroyo, pueblo anegado, después, por el pantano del mismo nombre, de cuyos restos sólo destaca el campanario de su iglesia parroquial san Juan Bautista, cuando el nivel del agua embalsada es bajo.
 Ella nació cebada con el vicio de la picardía, típico de las mujeres segovianas, por eso sus padres pusieron diligencia para ponerla abuen recaudo en un convento de Segovia, el Monasterio del Parral, poniéndola el hábito debido.
 Ni la madre superiora ni las hermanas lograron con ella su traza, trabajo y diligencia, y en lugar de acertar y ganar para dios, salieron con daño y pérdida cuando advirtieron su falta, y se enteraron que había marchado y escapado con el acólito del padre superior del Seminario Conciliar, padre espiritual y confesor de las monjas, ministro de órdenes menores, que tiene por oficio servir inmediato al altar, llevándose hasta el colchón, un tablero tallado de una silla del coro, y una imitación del crucifijo de la marquesa de Lozoya.
 Este ministro menor de la iglesia, cansado de carecer de vejiga, la trajo consigo a su pueblo, Linares de Arroyo, y cohabitaron en una casa de sus padres que él llamaba y se conocía como "La Cítara", pues en su fachada tenía dibujada en bajorrelieve una cítara del siglo XIV.
 Dicen las gentes que en esta casa estuvo, invitado por el acólito, Félix Rodríguez de la Fuente, el "Amigo de las Rapaces", cuando vino a inaugurar el refugio de rapaces de Montejo, espacio natural protegido, refugio de fauna como el de Linares de Arroyo.
 Orgullosa y pechugona como era "la Buenona", cierto día de autos, al intentar coger unas a madejas caídas que se quemaban, que hilaba junto a la lumbre del hogar de la chimenea francesa, un funcionario del Instituto Nacional de Colonización la consoló de su yerro, ayudándola a cogerlos y, mirándose a los ojos se leyeron mutuamente que mal de dos es gozo, porque él, más que a los ojos, le miraba los pechotes, al rumor gozoso y quejas amorosas lanzadas por el chisporroteo de las llamas.
 Más tarde, él diría, cuando le preguntaban que cómo se enamoró de "la Buenona", decía : "Yo, pecador de mí, me dejé arrastrar por sus tetas".
 Entonces, ella por la peana adoró al santo varón, y él hizo pebete, cierta composición aromática para sahumar, impregnando su flor muy olorosa en el humo producido por una sustancia aromática que salía de los troncos de resina que se quemaban en la chimenea, y de su cirio carnal de pascua.
 El acólito había marchado al básico refugio de la fauna, recorriendo a pie junto con Félix, las vías del ferrocarril Maderuelo-Linares de Arroyo, para alcanzar el refugio de rapaces de Montejo, dentro del parque natural de las Hoces del río Riaza.
 Para ella, el funcionario fue un pasatiempo, y el acólito "un grano en el culo", como ella decía. Y les dejó, abandonándoles por un capador chinchorrero, Chindasvinto se llamaba, que se anunciaba con un silbato y un sonajero, que también feriaba, vendía, compraba o permutaba una cosa por otra.
 Ese su silbar con el silbato, esa su chichonera, parecida al gorro que se pone a los niños para preservarlos de golpes en la cabeza, esos sus ojazos morenos andaluces, y, sobre todo, ese su suprimir o inutilizar los órganos de la generación o de la concepción, y esa su gracia al llamarle "chilindrina" a ella tan mujerona, la enamoraron de inmediato e intensamente. Tanto, que marchó con él a Caparra, un pueblito cerca de Plasencia, en el camino de la Plata, donde existen grandes ruinas y restos de haber sido una gran ciudad en tiempos de los romanos.
 Ella le dejó a su acólito una nota escrita sobre un pedazo de zalea, piel entera de carnero con su lana, en que se envuelve el zoquete o tarugo, que forma la cabeza de la lanada o escobillón, asta larga que lleva en su extremo un tarugo erizado de cerdas, que decía :
"Volveré después, cuando llegue la sequía".
 A su amante, el funcionario, nada.

 

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