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Simeón levita
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 Article publié le 18 septembre 2016.

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Ya estamos en el patio del Seminario Conciliar de Segovia. Hemos dejado los colchones y las sábanas junto a las camas que nos tocan de corrido en los salones adaptados como dormitorios. Los utensilios de lavado, junto con nuestras ropas, les hemos dejado en unos armaritos colocados a la cabecera de las camas. Dicen que somos unos dos mil seminaristas entre mayores y pequeños.
 El acueducto se ve por encima de las almenas o parapetos de la muralla que bordea el patio del seminario. Los más listillos nos acercamos, también porque nos conocemos, y. entre risitas hablamos de que el acueducto fue hecho en una noche de joder del Diablo con una hebrea. Un Diablo "al que hay que combatir durante toda vuestra estancia aquí", como un cura con cara de "Sacamantecas" nos ha dicho en su plática de recibimiento, al que llaman padre superior.
 Francisco y Lorenzo, hermanos, Simeón y yo, venimos desde Fuentepelayo ; Diego y Ambrosio vienen de Pinarnegrillo ; Andrónico, Armiño y Concepción vienen de Navalmanzano : y Hugo, Rodrigo, Antonio y José vienen de Cuéllar.Nos conocemos porque, además de haber sido monaguillos, nuestras familias todas tienen algún parentesco, y siempre hemos estado en alguna de sus casas por fiestas patronales.
 Segovia es como una serpiente enroscada sobre una serpia o vicio, follaje de la cepa. Dicen las mujeres, que tienen llagas místicas y beben infusiones de tomillo, que su catedral, y gracias al demonio, se eleva hasta la constelación septentrional próxima al ecuador celeste que empalma con Serpentario.

- Sí que venimos empalmados nosotros, les digo yo, sonriendo, a los compañeros, mirándonos al instante el serpollo que adivinamos nuevo y lozanodetrás de nuestras sotanas, porque algo se eleva como un renuevo, retoño de un árbol.

- Ya veremos cómo combatimos esta arma de chispa, exclama Simeón. Y sigue :

- Me han dicho que los padres superiores y, en especial, los padres espirituales, lavan su picha, de forma ondulante, con aceite de lombrices. Y que la usan mucho en los juegos y diversiones de carnestolendas, carnaval, cuando atraen hacia sus despachos a los seminaristillas.

- Sí, sí, exclama Hugo. Mi padre me ha dicho que los curas en el seminario, con eso de luchar contra la carne y el demonio, echan fresco a uno. Que, a veces, nos azotan y maltratan, para, después, adularnos y lisonjearnoa ; nos dicen cosas agradables al oído mientras nos soban el ojete.

- Qué bien se les ve, comenta Andrónico, abultados de carnes y de buen color.
 Le miramos todos al instante, inmutándose fácilmente.
 Como adivinando nuestros pensamientos, exclamó fuerte, impetuoso, en son de queja o censura :

- No, no penséis mal, que yo no soy hermafrodita.

- Bueno, bueno, exclamó Simeón. Ya veremos en el transcurrir de nuestros días de latinajos y griegos macarrónicos, junto con los días de cilicio y ejercicio espiritual. La religión está equivocada, se engaña en lo que piensa y es absurdo lo que hace. Con una mano pintan al fresco, con claridad, con su falsa verdad ; con la otra, usan de la desfachatez para matricular los bienes del pueblo y hacerse señores del ganado con derecho de pernada.

- Si piensas así ¿por qué has venido al seminario ?, le pregunta Ambrosio.
 Simeón responde :

- He venido porque quiero levitar. Quiero saber del hoyo o señal que hacen los místicos hozando o escarbando el cielo. Quiero soñar sobre los surcos que dejó san Juan de la Cruz, el poeta místico, en la tierra del fondo de sus sentidos al desovar amor. Quiero gozar de sus huevas nacidas de él, como lo hiciera santa Teresa.

- Pues ya verás, le corté yo. Te elevarás, te elevarás hasta el señor, y tu caída será supina.Sobre el estiércol o excremento de tus sentidos despertarás con la picha tiesa, y el sacerdote, nuestro padre superior, superhumeral, echado sobre tus hombros te hará besar la patena, la custodia y las reliquias por detrás.
 Todos reímos. Los otros no pudieron decir "esta boca es mía", pues el toque de un silbato nos hizo callar, obligándonos el ir a la iglesia conciliar a rezar, unos detrás de otros, como los que van a Los Caños de Carmona, en Sevilla, o a los caños de Lourdes, en Francia.

- Mirad, mirad, parecemos una retahíla de grajos y cuervos camino de una grajera, donde anidar y recogernos, exclamé yo.

- ¡Silencio¡ ordenó una voz. Y se hizo el silencio. Tan sólo se escuchaba el cantar o chillar de nuestros zapatos.

 

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