Escenario. El Hombre, vestido a la usanza guatemalteca, se levanta de una silla de mimbre. Al abrirse el telón habla.
El Hombre.
En Chetumal, es común ver todos los días que desde la madrugada, llegan, procedentes de Mayabalam, los refugiados guatemaltecos. Ellos con su vida, siendo creyentes, dan un testimonio eficaz de su fe. Es curioso que la gente del lugar, al conocer sus habilidades y honradez, prefieren comprar con ellos legumbres, verduras y hasta dulces de papaya y otros frutos, por considerar más frescos estos productos que los que se venden en el interior del mercado, porque son producidos por ellos y no vienen de la central de abasto de la Capital del país, como el resto de los productos vendidos allí. Los refugiados se han dedicado a cultivar el campo y a ofrecer sus productos de alta calidad a los que tenemos la dicha de adquirir desde calabazas chilacayotas hasta elotes tiernos o frescos manojos de cilantro.
En mi experiencia personal, he incentivado a la gente de Chetumal, a consumir sus vegetales frescos, sus huevos de rancho, no solamente por ayudarles, como muchos lo hacen, si no porque venden artículos de calidad.
Con su trabajo bien hecho, estos refugiados ya son aceptados con todos sus derechos como parte misma de México, y todos los que vivimos en Chetumal, reconocemos su esfuerzo y su contribución al desarrollo de la zona sur del Estado de Quintana Roo.
Ellos, nuestros hermanos guatemaltecos, son el vivo testimonio de fe, y un ejemplo a seguir para quienes los conocemos.
(El Hombre se sienta y cae el telón terminando la obra).