---Mi mamá se cayó hace mes y medio con Rafa e Ileanita---me dijo Atalita, mi hija mayor ---. Está muy preocupada porque a ratos no siente sus piernas.

— -¿Cómo fue eso ?

— -Mi mami llegó de dar clase en la Normal La Enseñanza y sin quitarse los tacones abrazó a Ileanita y a Rafa, tal como los pintaste en el cuadro de la sala. Al sonar la chicharra del timbre, salió con los dos chamacos, cargándolos. Todo iba bien ; sin embargo, al llegar a la bajadita de la puerta, resbaló y cayó sentada al piso, sin soltar a mis hermanitos.

— -¿, Y por qué me ha dicho nada ?

— -Creo que tiene miedo de que te enojes.
Me cayó el veinte : por su alto umbral del dolor sólo se queja, cuando para cualquiera sería insoportable. Me entristeció no haberme percatado de su sufrimiento.

— -Olviden culpas y secretos para que se atienda ---aconsejó Atalita.
Convencí a mi esposa con el argumento de que el amor no necesita pedir perdón, menos si la víctima era ella. Aceptó y la llevé al ISSSTE donde le tomaron unas placas y comprobaron que tenía una hernia de disco. Me tramitaron una cita para traumatología para las ocho de la mañana siguiente en Tuxtla, donde acudimos al consultorio de nuestro amigo Gómez Pascacio, quien tras atenderla, ordenó una serie de placas de rayos equis, urgentes
El radiólogo, las entregó ya listas.

— -¿Cómo has aguantado el dolor de columna, Chanita ?---quiso saber el técnico---gracias a Dios no hay fractura, pero tú espina dorsal está torcida.

— -¿Qué nos recomiendas Luis ?

— -Llévenselas al traumatólogo. Él les indicará el tratamiento. Aceptamos la sugerencia y regresamos con el Médico, quien luego de revisarlas coincidió con Luis y nos propuso un tratamiento a largo plazo, empezando con el uso de un de corsé de metal para inmovilizar la espalda y darle seguridad. Tomó el teléfono y marcó.

— -Oye, Torres, buenos días. Necesito un corsé para dama, talla 36, de urgencia

— -Si le urge puedo llevarle uno que iba a entregar. Lo llevo.
Quince minutos después llegó el modisto. Mi ocurrencia les contagió mi hilaridad, y pasó a ser parte de la jerga Intrahospitalaria.
 Como era profesional sacó de una caja de cartón el traje envuelto cual si fuera un modelo de Christian Dior.
Desvistió y le tomó medidas a Chanita. Hizo ajustes y la vistió. No se notaba que llevaba abajo un corsé metálico muy fuerte.
Nuestra vida cambió porque el traumatólogo recalcó que debería dormir en piso duro.

— -Dormiremos juntos-dije- somos pareja, unidos en las buenas y en las malas. Una sola carne.
A partir de esa fecha dormíamos sobre la mesa de ping pong, asentada en el piso.
Si íbamos a algún hotel ponía un colchón en el suelo y si no tenía la dureza necesaria, nos íbamos al piso con cobijas y sábanas.
Así empezó la temporada de la maestra biónica, como le decían sus alumnos.
Una noche que departiamos con los directivos del CECyT 28, en la casa. Matabuena, el Director, tomó a mí esposa de la cintura y me preguntó :

— -¿No te da celos, Quintanilla ?
Ella suavemente le retiró la mano y alzó la parte de la tela que el Ingeniero la tocó, y al quedar descubierta la estructura del metal instintivamente se retiró, y mi amor y yo nos reímos.

— -No somos celosos ---dije.

— -Del metal ---completó ella.
Un día recibí un mensaje del traumatólogo donde me decía que buscara otras instancias para el tratamiento de Chanita, porque había la posibilidad de que se le saliera la médula espinal y el no se sentía capaz de continuar.
En esa semana llegaron mis tíos Chusín y Bety de Tonalá y les comentamos del problema.

— -Pues en Tapachula está el Doctor Arzate Jáuregui, notable Médico militar que atendió a Bety exitosamente de su problema de espalda ---dijo tío Chusín.

— -Les podemos sacar cita y si es pronto viajarían en avión desde Tuxtla.
Agradecimos el apoyo y al otro día llamaron para notificarme que por ser su paciente le dio cita para dos días después, a las cinco de la tarde. Le agradecimos y fui a la agencia de viajes para comprar los boletos de ida y regreso a Tapachula y logré un buen descuento.
Dos días después viajé con Chanita al aeropuerto de Terán en cuyo estacionamiento dejé el Volkswagen. Abordamos el avión y en pocos minutos estábamos en el aire. Todo pintaba bien hasta el momento de aterrizar. Un giro muy brusco nos permitió ver por las ventanillas, el piso acercándose vertiginosamente. Luego la inclinación seguida de un estrepitoso ¡Blam blam ! Que nos hizo rebotar del asiento dos veces me hizo intuir que eran los panzazos del avión al tocar tierra. Tras una carrera desenfrenada que terminó con brusco frenar, la nave se detuvo.
Al bajar, cada pasajero fue rememorando a la progenitora del piloto.