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Patrick Cintas en castellano
La conexión - cuento pa’ peque’

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 Article publié le 21 mai 2023.

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I

Los que estaban sentados en el lindero de un pequeño bosque de pinos, no lejos de la ciudad, esos no eran hombres.

No importa lo que eran. Ni siquiera parecían hombres. Pero, hablaban entre ellos, compartían trozos de pan, se reían de sus bromas. Hacían todas esas cosas exactamente como las hacen los hombres. Sin embargo, no era posible tomarlos por hombres. No tenían su aspecto. La verdad, no se comportaban como hombres, y el hombre que estaba tumbado un poquito más lejos en la hierba, estaba mirando entre las hierbas una flor blanca y amarilla que le recordaba una cosa anciana cuya significación había perdido. Había perdido tantas cosas. Poco importaba lo que eran, los que hablaban y comían cerca de los árboles, los cuales le miraban de vez en cuando, meneando la cabeza. Había un poco de tristeza en sus miradas. Le miraban y sus cabezas se inclinaban como hacen los perros. No entendía su idioma. No entendían el suyo. Por otra parte, no les había dirigido la palabra desde que estaba con ellos. Le habían recibido con amabilidad, curando sus heridas, alimentándole de ese mismo pan que compartían riendo cerca de los árboles.

Eran criaturas inteligentes. Le habían aceptado sin preguntas. No habían hablado con él sino para reconfortarle o indicarle la posición de la comida sobre la que se precipitaba sin cumplidos. No era que estuviera muerto de hambre hasta el punto de perder las buenas maneras. Le habían enseñado un dispositivo complicado que tenía que accionar antes de dirigirse hacia la comida. Y era consciente de que entre el momento en que el mecanismo funcionaba y él en que estaba supuesto que llegase a la comida para comérsela, pasaba un tiempo cada vez igual que podía ser de diez secundas. Pasado este tiempo, añadían algo en la comida y no conseguía que funcionara el mecanismo. Había comprendido que se había vuelto cobayo al servicio de la ciencia de estas criaturas que le parecían muy sabias. Jamás, sin embargo, le hicieron daño. Su cuerpo estaba intacto. Ni un pinchazo, ni un tubo de drenaje, ni cables, ni apertura en su carne. Se contentaban con llevarle delante del mecanismo, de mirarle casi maternalmente, esperando que funcionara, luego medían el tiempo que necesitaba para alcanzar la comida.

No parecían malos. Quizá se divertían de su puntualidad. Al final del día, le llevaban, todos vestidos de ropa blanca, a unos kilómetros de la ciudad y se sentaban en la hierba cerca de los árboles, dispersando sobre un mantel los trozos de pan que querían compartir. Se alejaba un poco, le vigilaban con el robillo del ojo. Había una gran gentileza en sus miradas.

No comía. No tenía hambre en estos momentos. Había trabajado todo el día, accionando el mismo mecanismo mil veces para, mil otras veces más, tragar la misma comida, cada vez temiendo haberse excedido del tiempo impuesto. Entonces, al final del día, no tenía hambre. Se tumbaba en la hierba caliente. Los miraba, descansando después de un día muy duro, compartiendo el pan que no se disputaban y hablando de cosas de las cuales no tenía ni idea.

Desde luego, había tenido mucha suerte de caer entre ellos. El universo estaba lleno de pueblos sin compasión por el género humano. Millares de hombres habían perecido en la conquista del espacio y, por fin, no se había conquistado nada. Habían inventado máquinas exactas y eficaces. Y feroces criaturas habían surgido de todos los rincones del espacio. Y tenían que contentarse con lo que quedaba y observar tristemente el inaccesible infinito que era una injuria a los ojos del hombre. En estos momentos, no creían en Dios. Pero no hay duda que habrían hecho mejor si hubieran creído en él. El universo habría tenido menos imaginación y no se habrían vivido esos mortales enfrentamientos con seres cada vez más monstruosos. Entonces, cuando se encontró entre ellos, realizó una vaga oración para que su alma encontrara el descanso y cerró los ojos para recibir los golpes que iban a matarle.

En primer lugar, se asombró al no sentir ninguna violencia. Abrió de nuevo los ojos, y vio que se reían de él. Temblaba de miedo y eso les divertían como si fueran niños. Se puso a llorar. Uno le secó los ojos. Le miraba y comprendía que no había ningún peligro para su vida. Aún temblaba un poco cuando le instalaron en la jaula con un pájaro que no pertenecía a la humanidad. Era sin duda uno de sus pájaros, un pájaro particularmente bello y parecido a los que vivían sobre la tierra. Habían cerrado la puerta del laboratorio, sus voces se habían extinguido por un corredor que parecía sin fin y que una puerta pesadamente cerrada acababa de prolongar en un tiempo que le costaba muchas dificultades para poderlo medir.

Miró su reloj y apuntó la hora. El pájaro dormía sobre una pata, como hacen ciertos hombres de Africa. Se tumbó en la alfombra que alguien había puesto para su uso. Y se puso a dormir.

LA RESURECCION

Cuando se despertó, el pájaro estaba mirándole de cerca. Estaba inmóvil cerca de él, con la cabeza baja e inclinada para fijarle con un ojo redondo y atento. El hombre habló con él, sabiendo que era estúpido dirigir la palabra a un animal, pero tenía que hablar para sentirse mejor. El pájaro no comprendió ni una palabra de lo que le había dicho, por supuesto que no. Pero siguió preguntándole a propósito de las razones de su presencia en esta jaula. El pájaro sacudió sus alas que hicieron un ruido metálico. El hombre distinguió una parte del mecanismo que le animaba. Era un pájaro mecánico, una perfecta imitación de los pájaros de la humanidad. En realidad, la jaula estaba puesta sobre la mesilla de noche de una amplia habitación y el pájaro no era más que un despertador.

Tocó el pico con la punta de los dedos. El pájaro no se animaba, sino que dio la vuelta sobre su pata, haciendo un ruido espantoso que enseñaba el mal estado de su mecánica. Luego, el hombre no se preocupó más del pájaro.

Entre los barrotes, miraba la habitación. Algo deformaba la manta de la cama. Parecía respirar, dando a la manta unas arrugas que se repetían. Desde la ventana, unos rayos de luz traspasaban un impalpable polvo. El hombre trataba de adivinar la forma que dormía debajo de la manta, ocultando su naturaleza. Tuvo que esperar mucho tiempo antes de que la puerta se abriera, provocando el súbito despertar de la criatura que se encontraba debajo de la manta.

En realidad, vio una sombra en el alféizar de la puerta, una sombra que emitía un ruido que se parecía a un idioma, a que la forma en la cama respondió en el mismo idioma, pero de una manera lánguida, pareciendo dirigir un reproche a la forma en el alféizar de la puerta que se puso a reír para exprimir su satisfacción. Cerró la puerta y la forma en la cama dio un suspiro, como un bostezo.

El hombre no estaba asustado. El pájaro despertador no había funcionado, sea que estaba fuera de uso, sea que la forma en la cama había olvidado poner en marcha el mecanismo cuyo motor quizás no era más que un vulgar muelle. Todo esto tenía un tono de perfecta humanidad. Los dueños de estos lugares solitarios no tenían forma humana. Pero no era una cuestión de forma ; se comportaban como seres humanos.

La puerta se abrió de nuevo. Esa vez, el tono de la voz de la forma que parecía ser la misma, había cambiado. De agradable, se había vuelto autoritario. La forma en la cama refunfuñó y echó la manta que se posó como un pájaro sobre la lámpara de cabecera. La criatura, todavía adormecida, emitió un monstruoso bostezo que la otra criatura comentó con amargor. El despertador no había sonado. No era un motivo para levantarse tarde un día laborable.

La criatura de la puerta se acercó a la jaula, pero no miró al pájaro. Sonrió al hombre. Pareció un poco estúpida. La otra criatura apareció detrás de ella, con esa misma sonrisa. Cambiaron algunas palabras, después salieron juntas de la habitación. El hombre se quedó solo con el pájaro.

LA PRUEBA

Así pues, le instalaban delante del extraño mecanismo que no era otra cosa que el interior del pájaro que habían modificado conforme al objeto de su estudio. Los despojos del pájaro yacían lamentablemente en un lavabo. El hombre tuvo nausea pero se contuvo. La criatura atenta y sonriente le mostró como funcionaba el mecanismo. Comprendió enseguida y lo hizo funcionar perfectamente varias veces. Pero la criatura no parecía satisfecha. Al cabo de algunos ensayos, ella exprimió su irritación y el hombre corrió para refugiarse en el lavabo donde se puso a llorar. La criatura suspiró, se abandonó varios minutos en un sillón, después habló suavemente al hombre.

El hombre había recibido un buen susto. Eso se veía en su rostro en el que una mitad parecía paralizada, dejando aparecer un tembloroso colmillo en la comisura de los labios. La criatura le explicó de nuevo el mecanismo. El no veía la utilidad de esta explicación. Había entendido todo perfectamente. Ella se equivocaba en cuanto a su inteligencia. Había hecho exactamente lo que le había pedido. No se había equivocado en ningún momento. La criatura no entendía nada de lo que le decía. Había surgido del fondo del lavabo, apoyándose con una mano sobre el plumaje del pájaro, sacudiendo de la otra un dedo que le designaba su sabia sien. La criatura se puso a reír y salió del laboratorio, diciéndole algo sin duda referente a su próxima vuelta.

El hombre tenía calor, pero estaba seguro de sí mismo. Observaba el mecanismo, detallando los movimientos, hizo de nuevo, mentalmente, las operaciones que aseguraba el buen funcionamiento y, satisfecho por no encontrar nada de erróneo en su acción, se tumbó, los brazos cruzados detrás de la cabeza, escrutando el techo. Estaba a punto de adormecerse cuando reapareció la criatura.

Parecía que se lamentaba. Él tenía razón. Había hecho todo perfectamente. Ella se había equivocado y se excusaba. Llevaba en un plato una comida sabrosa para que le perdonara... pues no. Puso el sabroso plato en el mecanismo, en un lugar que parecía ser el suyo y, riéndose sin complacencia, le pidió volver a empezar. A ver quien tenía razón.

Empezaba a tener mucha hambre y la vista y el olor de este plato, del que no conocía la naturaleza sin que esto le impresionara desmesuradamente, había despertado en él el más total de los apetitos. Esa vez, se trataba, no de contentarse con los tintineos de la máquina, sino de tener acceso sin demora a esta sagrada comida. Pero no era tan sencillo. En realidad, era muy complicado y fracasó cada vez que lo intentó. Y cada vez, la criatura tragó el contenido del plato, emitiendo un eructo cuyas emanaciones acabaron de engañar el sentido de la orientación de este pobre hombre que no podía aguantar más. Finalmente, la criatura le levantó, le dirigió varias reproches, cuya naturaleza no entendió, y aceptó que se alimentara por fin, lo que hizo sin ningún sentido de la educación que antes había recibido.

Se podía imaginar una criatura extranjera a la humanidad haciendo groserías al comer su cebo. Pero ¿cómo habría sido su exacto comportamiento delante de esta abundante comida que prometía satisfacer su hambre ?

LA CONEXION

Pero ahora, hablaban de otras cosas. Estaban allí, serenos, un poco cansados por una dura jornada, compartiendo el pan y los buenos chistes que las alegraban, y hablaban de otras cosas que de su hambre y de su ineptitud para hacer funcionar el mecanismo en el buen sentido. No entendió lo que decían, pero las había visto, al final de la tarde, colocar el mecanismo en una caja, y confiar la caja a un mozo que la había puesto sin precauciones dentro de su carro para llevarla al corredor. Le habían mirado con un aire satisfecho y le habían mostrado el enorme cuaderno en el que habían consignado todos los resultados. Y, ostensiblemente, habían colocado el cuaderno en un clasificador de metal donde parecía haber desaparecido para siempre.

Ahora hablaban de otras cosas. Iban a dedicarse a otras experiencias sin relación con la comida. Quizá, iban a estar interesadas por su cultura. De su parte, iba a sorprenderlas. Él sabía mucho, cuestión de cultura. No sabía las mismas cosas que ellas. Sería un placer enseñarlas lo que no sabían. Era una cuestión de orgullo. La gran falta de la humanidad, este orgullo que pretende dar lecciones, pero él vivía con este defecto, como todo el mundo, quizás como esas criaturas que le mostraban tanta gentileza.

En realidad, no se preguntó la finalidad de un recibimiento tan caluroso. Se lo preguntaría tarde o temprano. Se lo preguntaría en el momento que sería demasiado tarde para volver y hacer de nuevo el camino de una forma diferente. Pero, si se preguntara ahora, esta pregunta a propósito de la verdadera naturaleza de sus sentimientos ¿qué cambiaría a continuación de los acontecimientos ? Sabían sin duda todo de su instinto de supervivencia por la comida ¿Qué querrían saber más y sobre qué tema ?

Entonces ahora hablaban de esta otra cosa y habían acabado de reírse para mirarle y parecían gentiles, pero con esta atención que era la de los investigadores científicos. Se trataba de eso, de la ciencia. El hombre no tenía que olvidarlo, él que era el producto de otra ciencia que había acabado por reconocer su fracaso en la loca tentativa de medir el infinito. Era sin duda lo que buscaban esas dulces criaturas que le alimentaban de ternura.

Una noche, una de ellas se acercó a la jaula donde dormía. Ella le hablaba durante mucho tiempo, detallando un tema que no adivinó, a pesar de todos sus esfuerzos por comprender la verdadera naturaleza. Al final de su discurso, que había durado una buena media hora y que debía contener una gran cantidad de informaciones sobre su porvenir, la criatura fue a buscar algo en la mesa. Volvió enseguida, mostrándole lo que llevaba.

Se trataba de un tubo largo de tres metros que la criatura deja andar por detrás de ella, teniendo cogido en una mano un extremo de lo que debía ser una especie de tornillo. Puso un dedo sobre la cabeza del hombre, y comprendió que tenía la intención de clavar esta cosa dentro de su cráneo. Estaba a punto de gritar. Era preciso que todo esto ocurriera de toda manera. Hasta ahora, habían sido perfectos, mostrando humanidad evitándole cualquier sufrimiento. Pero este buen tiempo estaba acabado. Iban a atornillarle esta cosa dentro de la cabeza y conectar la otra extremidad en la memoria de un ordenador que iba a recomponer sin duda su personalidad profunda en tres dimensiones y en color, en la pantalla. Y eso debía hacer mucho daño.

La criatura parecía afirmar lo contrario. Atornillarían la cosa dentro del hueso (y apoyaba su dedo sobre el cuero cabelludo en el sitio exacto) y eso no le haría ningún daño. Había probado el estado del mecanismo arreglado en el vientre del pájaro. Había salido muy bien de esas chapuzas. Ahora, iba a ser conectado a un ordenador y alimentarlo de informaciones sobre su naturaleza profunda y quizás sobre su eternidad. Y todo esto, sin dolor.

¿Cuánto tiempo duraría esta experiencia ? Ella no podía decírselo. En primer lugar, habían mirado con los ojos que les había dado la naturaleza. Ahora, necesitaban un mejor conocimiento y era preciso practicar un hoyo dentro de su cráneo. Él había visto ratas que los hombres de una a otra época, motivados por su sed de saber, habían conectado de la misma manera a un ordenador. Eran informaciones eléctricas casi intraducibles en el lenguaje humano, pero algunos pretendían que eran fundamentales en cuanto al conocimiento de la naturaleza y del hombre. Así, las ratas cablegrafiadas parecían muy humanas cuando pedían comida y eso siempre provocaba la risa de la criada para todo que estaba encargada de la limpieza del sitio. El hombre se preguntó si habría también alguien para reírse de su situación. Sintió hasta que punto podía ser cómico en ciertos momentos.

La criatura no hablaba más. Le miraba sin moverse, y él no llegaba a evitar esta mirada que le penetró hasta el fondo de su cerebro que no era el de un pájaro. Muy bien, se dijo, queréis saber todo de mis conexiones, pues, ¡venid ! ¡No daré ni un grito !

No estaba seguro de su resistencia contra el dolor. No había sufrido mucho en su vida. Sola una muela le había despertado cruelmente en plena noche. Lo recordaba muy bien. Había olvidado un poco lo que había sido este dolor. Sabía que había sido insoportable. Había gritado mucho y había sido preciso inyectarle un sedante, que despertaba otros dolores cuando, por fin adormecido, se puso a soñar las peores cosas que pudiera soñar un hombre. Tenía un recuerdo muy malo de este dolor dental. Pero, desde luego, le sacaron este maldito diente y entonces se sintió muy bien y olvidó lo que había sufrido. Quizá era algo parecido lo que iba a ocurrir ahora. Acabarían por arrancarle el cerebro. Pues, ¿qué habían hecho con su muela ?

Podía pensar cualquier cosa en cuanto al dolor, nada cambiaría sus intenciones. La criatura conectó el cable con el ordenador cuya pantalla se iluminaba mientras que una serie incomprensible de cifras se puso a desfilar. Ella le mostraba la extremidad que tenía que atornillar dentro de su cráneo. Era una cosa bastante sencilla, un tubo cuidadosamente fabricado de donde salían varios hilos extremadamente finos que se conectarían con los buenos sitios de su cerebro. Comprendió todo esto perfectamente. En calidad de cobayo, y no habiendo elegido serlo, aceptaba todas las explicaciones, seguro de que su perfecta comprensión no le ayudaría de ningún modo a superar el miedo y el dolor que le alejarían de la vida normal.

La criatura sonrió. Estaba contenta de sus explicaciones. Había comentado todas las definiciones. No había olvidado ni una. El hombre parecía estar de acuerdo con ella. Fue a buscar el taladro dentro de una caja de herramientas. El hombre tembló. Pero la criatura le tranquilizó. La operación estaba prevista por la mañana. Tenían mucho tiempo. Mañana por la mañana, se despertaría con un horroroso gusto en la boca, unos manos fuertes le agarrarían para colocarle sobre la cama de operaciones, escucharía el motor del taladro ponerse en marcha en el aire glacial de la mañana y la barrera penetraría dentro de su cráneo, paulatinamente, sin que pudiera hacer nada para impedirlo. La criatura precisó que todo esto no cambiara nada en cuanto a la calidad y a la cantidad de comida. Había dicho eso de un modo superior. A él no le gustó este modo de hablar. Lo había escuchado en la boca de muchos hombres y siempre se había tenido que aguantar. Eso era lo que le había ocurrido cada vez que un hombre había hablado con él de un modo superior. Y quizá era lo que iba a ocurrir con estas criaturas que tal vez no querían todo el bien que él deseaba.

Por supuesto, no pudo cerrar los ojos durante la noche. Cada vez que llegaba el sueño, escuchaba el silbido del taladro dentro de su cabeza y enseguida tenía la impresión de estar en un tren que se precipitaba en un interminable túnel en el que sabía que estaba la imagen mental de la muerte. Cada vez, su corazón se le salía del pecho, recobraba el sentido después de penosos esfuerzos y volvía el ritmo regular de la respiración que tenía que ser la suya si quería sobrevivir a esta aventura sin perder la razón. Por lo tanto, daba señales de debilidad. Vacilaba suavemente. Era un aviso. Las cosas pasarían exactamente como en el sueño. Entraría en el túnel con un ruido ensordecedor de turbinas y de metal y acabaría la tranquilidad que la vida garantiza a todo hombre que sabe morderse la lengua y cuidar sus apetitos terrestres. La muerte era un túnel sin fin lleno de esta espantosa cacofonía de tren en marcha y de gritos de dolores, sin contar el lamento desgarrador de la memoria que desaparece para siempre. El hombre tuvo una noche muy mala, aunque no comprendió la significación exacta de lo que le ocurría.

Por la mañana del día fatal, él que jamás había hecho nada de condenable, volvió paulatinamente a su pesadilla mortal cuando una mano se puso sobre su hombro y la sacudió con firmeza. Estaba cogido por un pálido terror y tenía ganas de gritar lo más fuerte posible pues era demasiado joven para morir. Eso era lo que habría gritado si las criaturas que le rodeaban tuvieran un olor de cigarrillo y de ron. Pero, nada de eso. Afortunadamente, no le ocurriría nada de fatal en esta mañana.

¿Quería que empezara la operación ? Si no lo quisiera, podían dejarla para otro día. Pensó enseguida en las innumerables noches toledanas que entonces le esperaban. No, no podía esperar. Lo quería con todas sus fuerzas, era normal. Pero mejor valía que las cosas ocurrieran hoy mismo. Más tarde, serían más terribles. Su presente miedo no era nada en comparación con lo que pudieran volverse. Lo mostraba entero para que lo mediaran y se dieran cuenta de que él no estaba más que al comienzo de su terror. No podía constatar el enorme vacío que se le quedo patente en previsión de un aumento total de su miedo. Las criaturas se pusieron a reír. No era preciso tener miedo ¿Quería, si o no, que empezaran la operación esta misma mañana o bien le gustaría más que se realizara más tarde, ¿cuándo se sentiría más cómodo para aprovecharla ? No comprendió esos extraterrestres, que no era el momento oportuno para reírse de su terror de hombre. Había alcanzado el punto de no volver donde la razón corre el riesgo de ceder su sitio a la locura. Tendría muchas dificultades para articular incluso el alfabeto lo más sencillo si ellas seguían chinchando con sus preguntas de esperar o no esperar. Estiraba su cuello para ofrecerles su cabeza.

El taladro no le hizo ningún daño. Sentía apenas la excavación del hueso. Sonreía. Las criaturas sonreían también. Parecían muy satisfechas del desarrollo de la operación. Por supuesto, hasta entonces, no habían hecho más que un vulgar hueco, desde luego sin dolor, pero vulgar, al alcance de cualquier civilización incluso primitiva. No había que ser altivo. El taladro se paró ; escuchó que lo pusieron en cualquier parte sobre una mesa ; alguien se aplicaba para limpiar la apertura. El hombre estaba perfectamente tranquilo. No se había movido, ni siquiera chistado. Nada de miedo aparecía en su rostro ni en sus ojos. Estaba tan tranquilo como un bebé con el vientre bien lleno. Se le pedía si era posible seguir. Sacudió una mano de una manera muy aristocrática para decir su total indiferencia en cuanto a las sensaciones temporales y su perfecto interés para los valores eternales que no eran el único privilegio del hombre. Las criaturas parecían apreciar su definición del universo y empezaron a atornillar la extremidad del cable en la perforación prevista para este uso. El hombre tuvo una vaga sensación de dolor que enseguida desapareció tan pronto como las conexiones estuvieron establecidas. El ordenador emitió una serie de bips significativos. Las criaturas se quedaron un instante a la expectativa, los ojos fijos en la pantalla donde no pasaba nada. Pues la pantalla vacilaba. Una primera pregunta para meter informaciones aparecía. Una vez dentro, la pantalla vacilaba de nuevo, algunos bips resonaban dentro de todas las cabezas. Aún un momento de espera. El hombre no podía más de impaciencia. Giraba la cabeza para verlas. Tenían los ojos fijados en la pantalla que de repente cambió de color. Echaron juntos un poderoso grito de alegría, congratulándose con ruido de manos y de bocas, pues todas miraron el hombre quien se preguntaba en cuanto al éxito de la operación. Mostraban todos sus dientes, perfectamente felices. Todo había ido sobre ruedas.

El hombre había tenido miedo de morir y de sufrir antes. Las criaturas le opusieron ahora una alegría que compartía con ellas. Un primer sonido llegó en su cerebro. No lo identificó. Pues, la palabra entera se puso completamente audible ¡Buenos días ! Se lo repitió para sí mismo. El ordenador hizo la traducción sin falta ¡Buenos días ! Dijeron las criaturas andando a saltitos con sus delgadas piernas ¡Si, eso es ! ¡Buenos días ! ¡Buenos días ! ¡Buenos días ! La conexión es perfecta. Todo funciona muy bien ¿Qué piensa usted ?

- ¿Lo que pienso ? dijo el hombre ¡Eso es estupendo !

LA ESPERA

Le inyectaron el primer sueño tres días después. Se habían mostrado muy atentos en cuanto a las condiciones de su sueño. Efectuaron varias pruebas de las cuales las primeras fueron casi dolorosas. Se disculparon mil veces, manipulando contactos invisibles en el corazón del programa que se había vuelto su nuevo compañero. Ya no dormía en la jaula. En realidad, era cautivo del ordenador. El tornillo que entraba en su cráneo estaba bloqueado por una clavija muy complicada que impedía la extracción. Del lado del ordenador, era la misma cosa y de todos modos, la desconexión provocaba una señal de alarma que no se podía interrumpir ¿Para ir a donde ?

De este mundo extranjero, no conocía más que el laboratorio, el largo corredor que se abría hacia el exterior, el parque que parecía estar en el patio de un hospital, la avenida interminable que atravesaba la ciudad y que se transformaba en camino de campo ; por fin, este campo de árboles y de flores que le recordaban su infancia. Pero, eso a parte ¿qué encontraría en este mundo donde era forzosamente un extranjero y, sobre todo, el objeto de todas las curiosidades, de los científicos y los jugadores ? El hombre no tenía ganas de jugar con esas criaturas. Tampoco tenía ganas de traspasar su sustancia a los apetitos científicos de sus carceleros. Pero ¿qué se podía intentar ? Nada. Nada de sensato. Nada que le abriera verdaderamente las puertas de la libertad. Por otra parte, jamás había sido libre. Siempre había sido algo de incompatible con la libertad. Había sido un niño y había debido sufrir las crisis de autoridad que eso supone en cualquier civilización. Había sido aprendiz y de ningún modo había elegido el tema de la enseñanza que le imponían asegurándole que había hecho la mejor elección. Y, después, había ejercido un trabajo, con mucha conciencia profesional, a veces un poco de impaciencia, pero nada de cólera ni de desesperanza. Sus colegas que se habían hundido en la contestación o la depresión, habían desaparecido de los circuitos profesionales. Vegetaban en alguna parte dentro de oscuras prisiones o de tenebrosos hospitales a propósito de las que todo el mundo se calla.

Había hecho todo como tenía que hacerlo y había tenido la recompensa adecuada. Al momento de elegir esta recompensa, había vacilado entre un viaje con los Globe-Trotters y un viaje intersideral. Su madre, quien todavía vivía la misma vida vegetativa que era la de los viejos, que la muerte molesta sin llamarles, su madre le aconsejaba embarcarse con destino al espacio que le enseñaría mucho más que cien partidas de baloncesto. Ella misma no había aprendido nada de la vida. Había desempeñado un papel, sin esplendor, pero con esta paciencia atenta que caracteriza los seres sin coraje. Él iba a tener mucho coraje, por lo menos tanto como le había fallado. Aceptó el billete que le dio una azafata encantadora, se apresuró para hacer sus maletas y se embarcó a bordo de una nave que se parecía a una fábrica.

Esta historia les gustaba mucho. Les gustaba su manera de contarla. No comprendían lo que quería decir a propósito de libertad ni que relación probaba entre esta noción y la muerte inevitable de su madre. Ahora debía estar muerta. Esta idea de muerte les gustaba mucho. La comprendían más que la idea de libertad. La muerte parecía ser un verdadero término. No había mentiras en este tema de la parte de los hombres ¡Pero que montón de mentiras echaban a propósito de la libertad !

El hombre mentía algunas veces y no solamente cuando hablaba de libertad -la amaba, no la tenia, quería tenerla- ; un verdadero problema de hombre. Y era hombre hasta las uñas. Si no amaba, de todos modos, podía acomodarse. Y si no tenía lo que amaba, encontraba enseguida otra cosa que en adelante parecía satisfacerle.

Hablaba de la muerte. Al comienzo, trató la muerte como un problema para resolver. Pues, hizo demostraciones. Pero no convenció a nadie. Entonces su voz se puso a cambiar. No había más problema. En el fondo, no había más que una muerte : la suya. Pero ¿tenían mucho tiempo para hablar de ella, ¿no ? Y se hundía en las mentiras y todo parecía verdad. Los miraba sonriendo. Imitaba la imagen de la felicidad. Era una imitación muy mala. Pero eso no les hacía reír a carcajadas. Habrían preferido una sinceridad total. Era más fácil si se mostraba sincero. Tenía grandes momentos de sinceridad y entonces todo era claro. Los mensajes llegaban en masa dentro del ordenador y ellas se reunían alrededor de la pantalla para descifrar juntas esta increíble complejidad que era la del hombre. Se miraban para observar en sus rostros la admiración que provocaba en sus espíritus el espectáculo de la humanidad que se exprimía dentro del cerebro de este hombre.

Y de repente, una palabra se repetía en la pantalla : desconexión. El hombre estaba mintiendo y había que hacerle frente y escucharle soltar mentiras a propósito del conocimiento que tenían los hombres de su propia naturaleza. Se lamentaban verdaderamente en estos momentos. Entonces, desconectaban el ordenador y salían juntas en el corredor para comentar el extraño comportamiento de este ser venido del fondo del espacio. A ellas, no les faltaba sinceridad. Habían concebido un programa sin mentiras. Errores, debían existir algunos. Nunca habían desafiado a los dioses de esta manera. En realidad, habían renunciado a desafiar lo que superaba su comprensión. Tampoco desafían al hombre. Había demasiadas mentiras en sus comunicaciones. Y no era posible tomar en consideración una selección de las informaciones para que la verdad sola apareciera en los ficheros.

El hombre les dijo que había tenido miedo de ser comido. Eso les hizo reír mucho. Explicaron que jamás habían comido a nadie. No comían más que pan y no bebían más que agua. El hombre notó que, en su planeta, eso era reservado para los prisioneros a los que querían hacer sufrir condenándoles a comer esta simbólica comida. No comprendían que se pudiera sufrir al comer esa comida. En cuanto al aspecto simbólico, renunció a explicarlo porque no eran capaces de comprender. Lo esencial, al fondo, era seguir viviendo. Sufría del poco de libertad que le dejaban, pero no se quejaba. Siempre había evitado quejarse de lo que pudiera irritar a aquellos de los que era dependiente a todos los niveles. Se contentó de hablar con ellas de libertad en términos muy generales. Pensó que, para sus ojos, debía pasar por un verdadero filósofo. Cuidaba su supervivencia. Un día, no tendría nada más que decir de nuevo y, se quejaba, arrancarían el cable sin miramiento, provocando su muerte instantánea. Esta idea le aterrorizaba. Veían que, en el fondo, este hombre se alimentaba de su miedo y no de las ideas que fabricaba para ellas. Empezaron a no fiarse de él. No le concedieron ninguna libertad como habían estado tentadas de hacerlo cuando los primeros mensajes llegaron sin defecto del fondo de su naturaleza humana. Les habían gustado estas informaciones, esta novedad que les abría las puertas de la humanidad y habían pensado en agradecérselo. Pero en eso no estaba para nada. La muralla de sus mentiras dejaba aparecer grietas dentro de las que el programa había aprendido a infiltrarse para ir buscando inimaginables datos con otros medios. Entonces, el hombre parecía adormecerse ; dejaba de hablar, cansado sin duda por la tensión que le reclamaba la ordenación de sus mentiras, y las líneas del programa se sucedían perfectamente y el fichero arreglaba los datos que desfilaban en la pantalla. Sabían que podían perfeccionarlo hasta ese punto de perfección donde no se trataría más que contemplar los resultados e inventar otros dioses menos inmóviles que los dioses que habían presidido la invención de la informática. Eran verdaderamente felices si por fin eso les ocurriera ¡Tanto tiempo estaban esperando ! Había sido preciso hacer la prueba con tanta paciencia, de esta paciencia que había vuelto locas tantos de sus semejantes.

Y ahora, este hombre era capaz de oponerlas a sus mentiras. Por supuesto, su imperfección le prohibía la mentira total. Había grietas y el programa sabía explotarlas. Era una cuestión de tiempo. A fuerza de incursiones en los nudos de su memoria, acabarían sabiendo todo de su naturaleza. Y eso era lo que había alarmado al ordenador. No comprendieron el primer mensaje : este hombre no vivirá bastante tiempo para librarnos la integridad de su naturaleza. El ordenador ambicionaba la totalidad de la naturaleza de este hombre. Era preciso que la librara antes de morirse, pero un calculo muy sencillo demostraba que eso no ocurriría jamás. Este hombre moriría antes de haber librado todo su secreto. Las criaturas no comprendían la ambición desmedida del ordenador. Era, sin embargo, lo que estaba escrito en el programa. El ordenador corría el riesgo de cometer un error fatal. Las criaturas temblaron.

Las amenazas del ordenador eran muy reales ; si no encontraban la solución informática para computar la totalidad de este hombre, se pondría a girar infinitamente en un rizo que una solución perfecta solo le haría salir. Y no era posible engañarlo. Tenía los medios de análisis necesarios para juzgar si las soluciones aportadas al programa eran capaces de provocar la investigación total del ser humano. En el fondo, reconocían las criaturas, este ordenador es un poco la imagen de nuestra locura. No era cuestión de encontrar una solución para satisfacer al ordenador. De todos modos, no era una solución informática. No tenían ni el tiempo ni los medios. Se burlaban de su propio orgullo y tenían ganas de hablar de eso con el hombre quien conocía mucho el tema del orgullo. Por supuesto, era imposible. El ordenador se quedaba a la escucha. No aceptaría sin reacción tal comunicación. Era el único médium y no aceptaría un suplente, seguro que sí.

Las criaturas acariciaron el hombro del hombre para significarle su perfecta complicidad y el pesar de no poder comunicar como lo deseaban. El ordenador era más sabio y no tenía ningún orgullo para oponerlo al desconocido. Todo lo que sabían hacer era decir la verdad y parar en el momento en el que no había más verdad. No iban más allá que la verdad. Fallaban totalmente de humanidad. Eso era lo que querían decir las criaturas al hombre dándole golpecitos sobre el hombro cada una a su turno. El hombre comprendió que se trataba, pero no adivinaba el fondo de su pensamiento.

La inteligencia de las criaturas era puesta a prueba. Lo habían buscado. Y estaban solas en su tormento. Ni el hombre ni el ordenador participaban en su emoción. El hombre apreciaba el descanso después del abandono provisional de las experiencias. El ordenador se había puesto en espera. Y sus cerebros eran el sitio de hirvientes torturas intelectuales. Era preciso contestar a su curiosidad. A eso no se oponía el ordenador y las condiciones que imponía eran capaces de conducirlas al éxito de su tentativa. El hombre estaba listo para sufrir. Estaba dotado de un cerebro increíblemente infinito. Sabía mentir como nadie, pero no era tan fuerte. La sola garantía de no revelar nada de su secreto, era la muerte. Pues, las criaturas pensaron un instante en rebasar los límites que la muerte impone a la vida. Quizá pensaron en la vida eternal ¿Pero como hacer para eternizar este enredo de células vivas que componen el ser humano ? Los hombres mismos no habían llegado a la solución. No había una solución informática ni tampoco biológica. No se trataba, en otros términos, de escribir nuevas líneas para el programa ni tampoco de adulterar mensajes al nivel de la estructura viva. Las criaturas estaban cansadas de tantas imposibilidades. Eran al momento de abandonar sus experimentos cuando el hombre, de una manera involuntaria, les dio la solución.

EL SUEÑO

Fue en estas condiciones como le inyectaron el primer sueño. No tenían muchas esperanzas de éxito. El hombre les había confiado que no insistiría más en su sueño. Recordada haber soñado mucho en su vida de hombre, pero ahora, por más que lo deseara, no llegaba a provocar el menor sueño y eso le puso triste e irritable. Lo que faltaba, pensarán las criaturas.

Consideraban que el sueño era una especie de mentira ; sospecharon que el hombre quería hacerlas una jugarreta de mal gusto. No se contentaba con mentir toda la jornada ; ahora les pedía ayuda para mentir durante la noche. Este hombre era verdaderamente imposible. Dudaban poder un día dominar su naturaleza, pero no se podía escoger. Aceptaron inyectarle un sueño con la ayuda del ordenador que, sin embargo, no estaba previsto para eso pero que no oponía nada contra esta incursión en la esfera de sus posibilidades anexas. El problema era imaginar un sueño que conviniera al hombre.

Le preguntaron a propósito de sus deseos y él exprimía vagos sueños donde la naturaleza parecía tener una gran importancia. Habló de bosques, de ríos, de peces, de animales fabulosos. Apuntaron todo lo que decía, impacientes de deshacerse de este ingrato trabajo que, en el fondo, consistía en participar activamente en las mentiras que destrozaban sus esfuerzos científicos. O bien el hombre no era más que un caprichoso o un buen sueño iba a abrir otras brechas en el sistema de protección que le aseguraba su supervivencia.

Luego, inventaron un sueño que les parecía corresponder punto por punto a lo que el hombre esperaba de su vida nocturna. El ordenador examina el fichero correspondiente con una neutralidad que las asombró, pero no dieron importancia a la actitud del hombre respecto a ellos o más exacto respecto a sus pretensiones científicas. El hombre se adormeció poco después de la caída de la tarde. Alimentaron el ordenador y los datos del sueño llegaron en buen orden dentro del cerebro del hombre. Observaron con toda la atención que sus ojos hicieron posible. Del otro lado, el ordenador recibía otros datos que daban una información precisa sobre el comportamiento del hombre soñando como lo había deseado. Señales de satisfacción evidente se pusieron en fila dentro de las casillas de la memoria magnética.

Al despertar, sin embargo, el hombre se mostró de mala leche. Pretendía no haber soñado nada a pesar de las promesas que le habían hecho y las acusó de intentar engañarle con el fin de destruirle. En realidad, dijo, todo lo que queréis es mi muerte. Por supuesto, para gente que no puede morir, la muerte tiene algo de fascinante y forzosamente de inaccesible. Comprendió su locura y las odió de no sentir ninguna amistad para él.

La primera inyección había sido un fracaso. Había tenido lugar sin la memoria del hombre. No aportaron la corrección necesaria al nivel del programa y el hombre sufrió una segunda inyección.

Antes de adormecerse, las trató de locas peligrosas, de mediocres aprendices de brujo y de incapaces delante del eterno. Sin embargo, se adormeció y recibió los datos del sueño con señales de total satisfacción. Al despertar, como era previsible, él pretendió que su ciencia del sueño dependía de la peor de las payasadas científicas. No había soñado nada. Le mostraron el contenido de los ficheros que probaban lo contrario. Se rió pidiéndolas de comparar la complejidad de sus percepciones con la simpleza de la estructura de sus ficheros. Debían admitir que la comparación revelaba la debilidad de sus concepciones en cuanto a la naturaleza del hombre. Pero debió admitir para sí mismo que había soñado, si no considerarían que era el mentiroso mayor de todo el universo.

- Eso es exactamente lo que soy, dijo el hombre, el mayor de los mentirosos del universo. Somos todos los mayores mentirosos del universo. No hay mayor que nosotros en el tema de las mentiras. Eso no impide que no haya soñado nada porque no supisteis proporcionarme lo que espero de vosotras.

Las criaturas le respondieron que su paciencia tenía límites y que esto pasaba de raya. Contestó que a él le gustaba mucho este tipo de peligro porque se burlaba completamente del porvenir de su ciencia que, sin duda, no valía mucho más que la ciencia de los hombres.

Era increíble, la facultad que tenía este hombre de construir mentiras para resistir los asaltos de la verdad sobre la que habían puesto todo, incluso su reputación de malos jugadores. Iban a perder la paciencia y echarle a la basura renunciando a lo que la ciencia les prometía. Pero ¿cómo pillarle en flagrante delito de mentira antes de llegar a este extremo ?

Hubo muchas inyecciones de sueños hasta que su imaginación se agotó completamente. Cada vez, modificaron las condiciones informáticas y el orden de las conexiones. Pero no había nada que hacer. El hombre siempre mentía y se empeñaban en proporcionarle sueños cuya existencia él negaba con orgullo. Ni siquiera sabían lo que había motivado la primera experiencia. Habían querido satisfacer un deseo del hombre con el fin de fragilizar sus defensas. No habían hecho más que aumentar la intensidad de estas defensas. Ahora, el hombre reaccionaba con una insostenible violencia. El mismo creía que se estaba volviendo loco. Adelgazaba a ojos vistas a pesar del suministro de proteínas y de energía. Su cólera, al comienzo incisivo y de una precisión que siempre alcanzaba su objeto, su cólera se exprimía ahora en una serie de palabras que no tenían ninguna relación con las estructuras autorizadas por las reglas gramaticales y sintácticas. El hombre hablaba como una bestia cada vez que se le escapaba el sueño y pasaba el día a refunfuñar, a criticar, a destruir todo lo que le venía de ellas. Pero tan pronto como se adormeció y desde los primeros datos, su rostro descansaba y una inmensa felicidad parecía invadirle todo entero. Este hombre soñaba.

Y era perfectamente feliz de soñar. Por más que no lo reconocía, soñaba exactamente como lo quería. Y eso, gracias a ellas, gracias a su imaginación, gracias a la maquinaria informática que no veía ningún inconveniente, de un punto de vista informático, a participar de su curiosidad. Pero ¿porqué estas mentiras ? preguntaron.

- ¿Qué mentiras ? dijo el hombre quien estallaba enseguida en invectivas que había de soportar con una perfecta paciencia.

LA ETERNIDAD

Interrumpieron las inyecciones de sueños que habían consolidado las defensas del hombre contra sus investigaciones. Él controlaba perfectamente el uso de sus defensas a su costa. Durante la jornada, insultándolas, lo que modificaba la cogida de los datos al punto que el ordenador exprimía su incompetencia y volvía al sistema de explotación. Durante la noche, disfrutando sin vergüenza de su imaginación en la que habían agotado una buena parte de su energía creadora.

Este hombre era un demonio, eso era lo que pensaba una de ellas cuyas estructuras mentales estaban evidentemente influidas por las del hombre que observaban. Luego, decidieron interrumpir las inyecciones de sueños y dejar al hombre sufrir de la ausencia de esta comida que parecía esencial para su funcionamiento.

La primera noche, hicieron como si prepararon una inyección. Él las miraba. Se temían que se diera cuenta de su mentira. No mentían con tanta facilidad como él. Mentir les pedía un inmenso esfuerzo y su sinceridad herida las ponía enfermas de vergüenza y de desesperanza.

El hombre se adormeció como de costumbre. Le observaron, no habiendo activado nada el nivel del ordenador. Ningún sueño llegaba dentro del cerebro del hombre. Y diez minutos después, le vieron sonreír exactamente de la misma manera que sonreía cuando los primeros datos del sueño llegaban a las conexiones de su cerebro. Veían que estaba soñando. Eso le hacía feliz. No sabían porque tenían ellas también que sentirse felices. No tenían ganas de razonar con este tema. Le observaron toda la noche, esperando su despertar con una impaciencia que les divirtió.

Al despertar, el hombre les arrojó una sarta de insultos. Una vez más, pretendió que no le habían inyectado ningún sueño. Esta vez, tenía razón. No podían decírselo bajo pena de aumentar su cólera. No soportaría un tal engaño. Quizá se moriría, lo que no era deseable, por lo menos ahora. Mintieron, afirmándole que habían procedido a la inyección de sueño. No pudieron mostrarle las pruebas en los ficheros del ordenador puesto que éste no había sido conectado.

En realidad, cuando el hombre había dado señales evidentes de su actividad onírica, habían intentado grabar los datos, pero el ordenador se había encerrado en un error sin fin y todos sus esfuerzos para sacarlo de este error acabaron en un total fracaso. Pues no tenían la prueba de lo que decían y el hombre se puso a sacar las conclusiones que se imponía ¡Qué bestia este hombre ! Había negado las pruebas evidentes de sus sueños con un descaro sin defecto cada vez que habían exhibido los ficheros y ahora que eran incapaces de oponerle la menor prueba, las rebajaba al nivel de las peores mentirosas del universo. Este hombre tenía recursos que les faltaban. Parecía indestructible. Solo la muerte podía hacer de callar este intolerable orgullo. Grande era la tentación hacerle tragar su partida de nacimiento.

Todas las noches que siguieron demostraron que el hombre soñaba y que eso le proporcionaba placer. Pero cada vez que se despertaba, negaba la evidencia y no podían hacer nada para imponérsela. Sus experiencias sobre el hombre se echaban a perder. O bien abandonaban toda esperanza de vaciarle de su sustancia hasta la última gota de su eternidad, o bien encontraban el medio de sortear las defensas que edificaba con un sentido agudo de la victoria contra sus tentativas de acercarse a la verdad de su naturaleza.

Discutieron mucho tiempo mientras que el hombre siguió tomando placer en sus sueños durante toda la noche, y en su ciencia del insulto durante la jornada. Nadie quiso volverse su amigo. Cada una hizo todo lo que podía para evitarle, pero no era siempre posible. No alimentaba ninguna conversación y no se lo llevaban, al final del día, cerca de los árboles en las afueras de la ciudad para comer pan y respirar el perfume de las flores y de la tierra.

El hombre se reía de todo esto. De la mañana a la tarde y de la tarde a la mañana.

No estaba interesado por roer un cuscurro de pan y respirar el perfume de las flores y de la tierra. Se alimentaba de su propio orgullo y no tenían ningún modo de impedírselo. Podían desconectarle, cortarle en trocitos, hacer de su carne comida para los animales, pero nada jamás borrarían la ofensa que había cultivado respecto a su sinceridad. Estaban ofendidas y vergonzosas hasta el fin de los tiempos.

Sin embargo, el hombre se aburría. En realidad, no se acordaba de sus sueños. Sabía que soñaba puesto que así lo afirmaban. Pero no le quedaba ningún recuerdo. Eso le ponía furioso, y exprimía su cólera hasta que la fatiga le abandonara al sueño que para él era el mayor de los misterios. Cada vez que se despertaba, y que las veía alrededor de él, sus ojos fijados en los suyos, tenía la impresión de haber pasado muy cerca de la muerte y de haberla perdido por muy poco. Y ellas se imaginaban con angustia que les escondía sueños reveladores de su naturaleza y de su eternidad. Pero, nada de eso. Había tenido la impresión de morir, era todo. Había dormido únicamente con la perspectiva de la muerte. Su interpretación de sus mímicos satisfechos durante sus sueños, era completamente errónea. Lo que provocaba estas sonrisas plácidas, era simplemente la muerte que le miraba de frente sin que ellas pudieran identificarla. Veían un hombre en lugar de la muerte. Estaban hundidas en el error hasta el cuello. Aún un poco de tiempo y desaparecerían para siempre de su horizonte mental. Lo que suponía, lo sabía, su muerte perfecta. En esa espera, se aburría mucho.

No habían renunciado en modificar el programa para establecer una conexión con los sueños espontáneos del hombre. Unas de ellas trabajaban en este tema toda la jornada y, al final de la tarde, cerca de los árboles donde compartían el pan, parecían realmente agotadas. Nadie les preguntaba en cuanto a sus dificultades ¿Qué podían contestar ? ¡Que no habían conseguido ningún resultado pero que no renunciaban a pesar de todas las dificultades que soltaban a la vista ! No había nada que hacer en este sentido, pero no hacer nada parecía muy destructor. Era preciso creer que la solución era posible y, a partir de eso, se podía imaginar el resultado esperado. Eran muchas en creer en todas sus fuerzas. Eso se leía en sus rostros tensados. Compartían el pan con convicción. Respiraban las flores antes que las demás lo hicieran, capturando perfumes que les estaban reservados. Cerca de los árboles, su descanso era agitado de pequeños gritos que descubrían los destrozos que la angustia instalaba de día en día en sus espíritus torturados. Y en la espera del éxito.

Y llegó este día.

Era preciso que llegara. No podía ser de otro modo. Concibieron, primero, mucha felicidad. Parecieron aliviados. Encontraban de nuevo esta confianza que, de momento, había sido pisoteada por la voluntad de un hombre. No celebraron el acontecimiento. Tenían demasiado pudor. Habían sufrido demasiado. No querían recordárselo.

El sueño del hombre desfilaba en la pantalla. Lo que veían entonces les pareció increíble. No habían pensado en eso, de verdad. De todos modos, el problema estaba resuelto. El hombre estaba vencido de una vez por todas. Y por la eternidad.

II

Cierta mañana, su jefe de servicio le entregó una carta que puso solemnemente sobre su escritorio :

- John, ha ganado el premio gordo. Eso es lo que se merece un hombre cuando se distingue de los demás por su buen comportamiento, añadió al paño la atención de los otros secretarios quienes bajaban la cabeza. Ninguno de ellos jamás había sido recompensado por buena conducta.

- Puede abrirla, dijo el jefe de servicio, y anunciarnos lo que contiene. Ya lo sé, yo, forzosamente. Anda ¡ábrela !

John rasgó el sobre cuidando no romper el contenido. Desplegó la carta y la inclinó un poco en el sentido de la luz. El jefe de servicio estaba en la gloria.

- Eso es, dijo John. Tiene razón, señor.

- ¡Claro que sí ! Y ¿qué le proponen ? Dilo muy fuerte para que todo el mundo lo entienda.

- Tengo elección entre un viaje intersideral y una vuelta con los Globe-Trotters que se exhiben en Europa durante esta temporada. La elección no es tan difícil.

- Tiene que reflexionar. Esta elección no puede ser inocente.

Su madre tenía la misma opinión que su jefe de servicio. No se trataba de elegir. Había pasado la edad del baloncesto. No podía perder la oportunidad de visitar el espacio sin pagar nada. Era un viaje fantástico reservado a los privilegiados. Exactamente como la crioterapia. Poca gente podía pagarse esas cosas. No había que vacilar. No tenía el derecho de vacilar. Sin embargo, replicaba, se trata de dejarme elegir lo que me gusta más.

- No tienes elección, dijo su madre. Nunca he tenido yo esta increíble oportunidad. No puedes, no tienes el derecho de perderla. Sería la peor tontería de tu vida. Y ¿quien sabe lo que podrían pensar los que ahora te recompensan ? ¿Has pensado lo que pensaran de tu elección ?

- Si a ellos le gustan el baloncesto... empiezo John.

- No te burles de estas cosas ¡te lo ruego !

Después de todo, jamás había elegido realmente. Efectivamente, no tengo el derecho de hacerles eso (pensaba en su madre y en su jefe de servicio). Si se fuera a Europa para seguir la vuelta de los Globe-Trotters y compartir con ellos la indefectible fama que sabían cultivar por todas partes donde actuaban, volvería con un montón de fotos llenas de risas y otras exuberancias por las cuales sus colegas se volverían locos. Sus jefes no estarían celosos. Todos ellos habían sido recompensados un día u otro. Y él sería un día jefe puesto que todo seguía bien y no había ninguna razón de temer lo contrario. Podía asegurarse un buen desquite, a la vez con sus colegas que no eran más que ratas presuntuosas, y con sus jefes que podía superar, si lo quería, en el tema de los servicios prestados a la sociedad.

Esta vuelta con los Globe-Trotters tenía muchas ventajas. Por supuesto, no le gustaba a su jefe de servicio quien temía en cuanto a su ascenso porque hacía de su subalterno un peligroso competidor. Conocía perfectamente las calidades profesionales de John quien le superaba en muchos temas. Tenía miedo de él y era la razón por la que le aconsejaba la elección del viaje intersideral. John no lo interpretaba mal. Habían visto muchos laureados volver con un brazo quebrado o un ojo reventado, de una vuelta de los Globe-Trotters. Los que habían tenido un problema en el transcurso de un viaje espacial, no habían vuelto. Eso era la diferencia. Siempre volvían de una vuelta triunfal con los Globe-Trotters. Volvían, aureolados de la misma gloria y pronto recibían el ascenso tan esperado.

En cambio, jamás volvían de un viaje espacial. Cuando habían embarcado a bordo de la nave, era para no volver jamás a su tierra natal. Eso era la diferencia. La nave se dirigía hacia un punto del espacio que tenían que saber localizar en el infinito si tenían buena conciencia del valor de la elección que acababan de tener. Este viaje no podía durar un tiempo infinito. En realidad, los que elegían este viaje, también elegían no volver jamás. Su muerte tendría lugar en cualquier sitio del espacio. Eso era lo que aterraba a la mayor parte de los laureados que entonces no vacilaban para respirar el olor de los pies de sus campeones favoritos al fondo de un autocar el suelo tapizado de cacahuetes y de pequeñas botellas vacías. Era preciso de estar loco para elegir acabar en un espacio que no escondía su hostilidad. Fue de una manera muy natural como John eligió la vuelta de los Globe-Trotters. Tenía todo que ganar en esta elección : el recreo asegurado para un momento y el ascenso que mejoraría sus condiciones de vida en esta tierra donde incluso respirar se había vuelto difícil. Cuando anunció su elección en la oficina, se puso ceñudo su jefe de servicio quien ya no le dirigió la palabra. Sus colegas, menos inclinados a enfrentarse, se hicieron prometer fotos y trozos de camisetas manchadas de sudor. John les saludó sin segunda intención. El jefe de servicio no contestó a la proposición de traerle una pelota usada. No le importaba este tipo de pelota. Tenía otras cosas para reírse de la vida. Le volvió la espalda y se puso a compulsar una pila de documentos. Era muy triste verle así.

GISELLE

Cuando anunció a su madre que había elegido dar una vuelta con los Globe-Trotters en Europa, ella de repente se estrello de cólera con terribles amenazas que, por suerte, no podía poner en ejecución. Exasperado, John le replicó que no tenía la intención de vivir en una máquina, que la tierra, incluso en el sucio estado que era el suyo, le gustaba mucho, de todos modos, mucho más que un montón de chatarra que desaparecería para siempre, con su carga humana, en un espacio hostil donde al hombre no era bienvenido. Luego, cuando entraba en la nave, se preguntó a propósito del momento de la conversación donde su madre la había vencido. Ahora recordaba, mientras que la azafata daba golpecitos sobre la máquina al tener muchas dificultades para extraer el billete, se acordaba de haber mirado casi con terror la nave que les esperaba sobre la plataforma de lanzamiento. Parecía una fábrica con sus tubos, sus chimeneas, sus cables. Emitía todas las especies de sonidos y de vapores que sin duda participaban activamente a la terrible contaminación que roía la tierra hasta sus entrañas de fuego. La azafata era muy guapa y le dijo que no estuviera descontento de estar en el viaje. Había vacilado mucho, como todos los demás. Vacilar era normal. No había que tener ninguna vergüenza en temblar un poco delante de lo desconocido. Era verdaderamente mágico decir que íbamos a acabar con la contaminación y el espectáculo de la miseria que en adelante eran las únicas leyes capaces de mantener una ínfima parte de la humanidad a un nivel de placer aceptable. Y estaba harta de fabricar billetes, verdaderamente harta de vivir entre su lamentable piso y este estrecho mostrador que tenía el mismo olor que su piel. Era perfectamente feliz de cambiar de vida. Tenía bellos ojos, un poco orientales y John la creyó sin dudar. Y para él ¿no era feliz de dejar todo esto ? Quiso hablar con ella de su madre y de su jefe de servicio, pero no estaba seguro de interesarla por estas cosas. Apenas ella le había hablado de sus razones de dejar la tierra. Simplemente había exprimido su felicidad. Le podía hacer la misma cosa. Sin duda necesitaba ayuda para confortarla en su idea de evasión. John hizo lo que pudo para convencerla de su propia felicidad. Ella le pellizcó el brazo con mucha amistad.

SALLY

El comandante de la nave les recibió en un magnífico salón testigo de una gran nostalgia por los tiempos pasados. Incluso aquí tenían la nostalgia por esos tiempos en que la vida, sin ser fácil para todo el mundo, tenía el sabor de la buena comida y de los espectáculos improvisados de una naturaleza todavía vivaz. El comandante no se mordió la lengua. Comerían exactamente la misma comida insípida que solían comer desde que no era posible hacerlo de otro modo. En cuanto a la naturaleza, era la de un espacio uniforme y parecido en todas partes, lo que era mejor que los campos devastados por radiaciones desconocidas. Sin embargo, podían seguir saciándose del pasado en los libros y las imágenes que el comandante ponía a disposición de cada uno. Luego, invitó a aplaudir los pasajeros que se embarcaban en el crucero. La pequeña azafata, como hizo parte del personal, giró hacia John dando las manos como los demás. Los aplausos acabaron, el comandante añadió : los de cruceros están de vacaciones durante tres meses ¿se han preguntado en cuanto a su porvenir al final de sus vacaciones ? John había preguntado a su jefe de servicio sobre este tema. Él le había contestado que el crucero continuaría con su integración al personal de la nave. No tenía ni idea de lo que sería su función, pero no dudaba que le convendría estupendamente. Le deseó toda la suerte que era posible desear a un hombre que ya no vería jamás. Era una suerte.

Se enamoró sin duda al momento en que ella sacudió la máquina para extraer el billete por el que no estaba todavía interesado. Le había gustado su cólera y las sonrisas crispadas que la puntuaba para tranquilizarle en cuanto a la continuación. Por fin, consiguió que la máquina fabricara el billete y lo colocó en el sobre que llevaba el logotipo de la empresa de transporte. Tenía este mismo logotipo sobre la boina que llevaba arrogantemente, dejando libres algunos mechones rebeldes que había dispuesto sin duda cuidadosamente.

- Tengo el mismo que usted, le dijo dándole el billete.

Creyó que ella le hablaba de la boina. No había llevado jamás una boina. Ni siquiera había pensado en llevar una. Ella se rió de su desconcierto y sacudió el billete delante de sus ojos.

- Yo también tengo un billete, dijo. Vamos a hacer el mismo viaje. No le parece estupendo. Vamos a envejecer juntos, usted y yo. Pero no tendré tantas vacaciones como usted. Solo una semana. Es todo lo que he merecido. Me broncearé todo el día debajo de las lámparas ¿Y usted ? Después, volveré a mi trabajo ¡No ! No más billetes ¡Al diablo esta máquina ! Me hace pasarlas negras. No sé cual será mi trabajo ¿Usted sabe algo en cuanto al suyo ?

A John no le gustaban las complicaciones en materia de amor. Había amado dos o tres veces en su vida y cada vez había sido un fracaso. Había un montón de razones para explicar todo de manera perfecta. Con ella también esperaba un fracaso. Y se lo explicaría, como los demás, con la misma preocupación del detalle sin significación.

De todos modos, declaró su amor el mismo día que ella acababa de disfrutar de sus vacaciones. La nave había perdido de vista el mundo terrestre. Ella había sido encargada de vigilar una apertura, que daba al exterior, cuyos circuitos habían sido deteriorados por una mala maniobra poco antes del despegue. Aceptó las palabras de amor con mucha gentileza y le pidió, con otras atenciones amistosas, si tendría la paciencia para esperar que lo pensara. Estaba angustiada a causa de la idea de sustituir a un sistema electrónico que quizá era posible de arreglar. Pero, se había juzgado, sin duda por medidas de economía, que ella convenía muy bien para resolver el problema. Los buenos tiempos se acababan. Había pasado una semana en ocuparse de su piel que tenía ahora el color del chocolate. Durante todo este tiempo, no se había preocupado de lo que iba a ser su vida. Había pensado en hacer su trabajo lo mejor posible para merecer una vez más otros momentos de felicidad. Pero, no. No había pensado en el amor. La verdad, no había pensado que eso le pudiera ocurrir. Pero, después de todo ¿porqué no ? Lo pensaría. Prometía pensarlo con todo su corazón. Si, estaba muy emocionada.

John perdió el sueño. A partir de este momento, mientras estaba a la espera de su repuesta, empezó a tener muchos problemas con su sueño. Y cada vez que por fin lo encontraba, tenía la impresión, al despertar, que el sueño tenía en él el efecto exactamente inverso que suele tener en todo el mundo. El sueño le fatigaba. Se puso a temerlo mucho. Estaba verdaderamente muy mal cuando ella le dio una repuesta favorable que recibió como el mayor de los alivios. Pero el mal ya estaba echo. Aconsejado por el médico de la nave, alimentaba su sueño de una terrible química. Algo estaba estropeándose en su cabeza. Sally (era su nombre) habló de eso con el médico, pero este la tranquilizó. John tenía la morriña. Pasaría. Quizá era mejor para él que pusiera fin a sus vacaciones para dedicarse a un trabajo cotidiano que le situaría de nuevo en la jerarquía. Le dijo a John que se preocupó por saber si lo que le quedaba de vacaciones podría ser abonado en su cuenta. El médico preguntó al comandante quien contestó que no veía ninguna dificultad en conservarle su crédito de vacaciones, y hasta aumentarlo si se mostraba tan trabajador como lo había sido para merecer una recompensa. John se remozó rápidamente.

Le asignaron al mismo empleo que Sally. Pasaron su jornada observando la puerta para intentar detectar un eventual mal funcionamiento. John sabía que este trabajo no era más que una farsa. No tenía ninguna competencia para ser encargado de cualquier función necesaria a la buena marcha de la nave. Ni tampoco había billetes para venderlos ni documentos para mecanografiarlos. Eran las razones por las que él y Sally estaban delante de esta sagrada puerta que, quizás, ni siquiera era una puerta. Sally dudaba de este raciocinio. No tenía ningún medio para dudar pero aún cuando dudaba. Tenía la impresión de ser útil. John no intentó desengañarla. Ella vivía de sus ilusiones en espera de otras vacaciones que no le podrían ser rechazadas si su estado mental, sin embargo, lo permitiera.

EL FIN

Un día, estaban sentados cerca de la puerta, teniendo una conversación amorosa. De repente, la nave fue sacudida por un imperceptible temblor que no escapó a su vigilancia.

Se miraron, preguntándose si estaban a punto de vivir, por fin, un cambio para acabar con la monotonía de su trabajo. El temblor aumentó de intensidad. Miraron la puerta que parecía inmutable. Sally tenia ganas de decir que había tenido razón por no creer en la inutilidad del trabajo que le habían confiado, pero no logró articular ni una palabra. Le gustaba tener razón y no se privaba de hacerlo saber cuando era posible. Pero esta vez, contaba con ver abrirse la puerta sobre la nada y no tenía ganas de triunfar.

La voz del comandante, surgido de los altavoces que poblaban los pasillos, les ordenaba juntarse con él inmediatamente en el gran salón. John y Sally echaron un vistazo hacia la puerta, seguros de que ocurría algo serio y que se anunciaban cambios de otra naturaleza más de los que habrían deseado. John no hizo nada para tranquilizarla. Se reprochó no poder hacer nada por ella.

Ella le cogió la mano y le dirigió con firmeza hacia el gran salón donde todo el mundo esperó la llegada del comandante.

¿Que ocurría tan grave que se necesitara una asamblea ?

Toda la población de la nave debía estar presente, salvo la de aquella cuyas labores necesitaban la absoluta presencia en el puesto de trabajo. Por fin llegó el comandante. Estaba blanco como el papel. Anunció el fin del mundo.

Sí, el mundo acababa de existir por ellos. La compañía de transporte que organizaba y administraba este viaje, había tomado todas las precauciones útiles para el buen desarrollo del viaje y para la seguridad perfecta de cada uno. El espacio estaba poblado por infinitos peligros. El trayecto era trazado de tal manera que ninguno de esos peligros podía ser encontrado. Había fenómenos físicos destructores perfectamente identificados y localizados con precisión. Era imposible para la nave penetrar en sus rayos de acción. En cuanto a los pueblos que la humanidad había descubierto para sacarlos de la oscuridad y someterlos a las luces de la historia universal, ninguno de ellos jamás había ofrecido su participación para el porvenir del hombre, declarándole la guerra para siempre. Todos estos enemigos del hombre vivían en regiones del espacio en los que se trataban de aventurarse y, sin embargo, era el caso a pesar de todas las precauciones que habían sido tomadas. Era por error que la nave atravesaba en este mismo momento, una región que normalmente habría tenido que evitar para la suerte de todo el mundo a bordo. El comandante no se negó a asumir la responsabilidad de este trágico error. No era el momento de investigar para poner a la luz la incompetencia de un subalterno.

Pero ¿qué había de tan grave en esta situación ? El comandante no quiso esconder nada de la irremediable conclusión que iba a poner fin al viaje. No era preciso hacerse ilusiones : la nave acababa de ser capturada por el pueblo más cruel del espacio. No le quedaban más que tiempo de rezar y aceptar su destino con coraje.

EL MIEDO

John fue separado de Sally sin poder hacer nada. Parecía verdaderamente decepcionada por su comportamiento. Pero ¿qué más podía hacer ? Aún vivía, ella también vivía. En realidad, todo el mundo vivía.

Pues, podía permitirse cultivar un poco de esperanza.

Las criaturas le condujeron en el laboratorio donde iba a ser, con su perfecta aceptación, el sujeto de experiencias sin peligro ni por su vida ni por su integridad física y mental. Sally sin duda había aceptado las mismas cosas que él. La amaba siempre con el mismo amor. Todo el mundo había tenido que aceptar las condiciones propuestas por las criaturas ¿Quién no tenía ganas de vivir ?

El comandante había hablado de crueldad. Las criaturas no eran crueles. John estaba seguro de eso. Cuando ellas lograron establecer la comunicación entre su propio cerebro y los suyos, fue completamente feliz.

Pero ahora, se había puesto resistente. No se trataba de colaborar con estos intrusos, porque eran eso : intrusos. Pretendían investigar el cerebro de la humanidad con intenciones puramente científicas, pero sin duda no era nada de eso.

Entonces ¿qué habían hecho con Sally ? No podía preguntarlas. Sally era su única defensa. Ignoraban todo del amor que era toda la fuerza que oponía a sus intrusiones dentro de su universo mental. No sabrían nada del gran secreto de la naturaleza humana mientras que pudiera oponerlas el poder de su amor. Soñaba con fuerza, soñaba con Sally, con su voz, con su cabello, con sus manos. Soñaba con Sally toda entera y no comprendían los datos que vacilaban en su pantalla. Pero ¿Sally resistiría con tanta convicción ? ¿Y los demás, incluso el comandante, tenían ellos también este sentido de la resistencia ? ¿Estas criaturas acabarían por ganar ? La obstinación de estas criaturas parecía infinita y su corazón estaba lleno de un inmenso terror. Incluso su cuerpo no era más que un harapiento humano de carne y de hueso que ya no controlaba. Le alimentaban de este pan malo que era su única comida. También Sally se alimentaba de este mismo pan y su cuerpo debía ser tan miserable como el suyo.

Durante días y días, las criaturas le ofrecieron el espectáculo de su intenso desánimo frente a su inconmovible resistencia. Pues, cuando sus rostros de repente se iluminaron con una sonrisa de satisfacción, él temió lo peor.

¿Qué habían descubierto que provocaba esta súbita felicidad ? John sintió debilitarse paulatinamente su energía.

EL INFINITO

Trajeron a la mujer al laboratorio y establecieron las conexiones con el hombre.

Sus sueños fueron perfectos. La imagen de su amor era conforme a la idea que tenían. Cuando, en esta misma pantalla, habían visto dibujarse, en datos sibilinos, la imagen mental de la mujer con quien andaba este hombre, entonces comprendieron la naturaleza de lo que resistía a sus investigaciones : el amor.

Este hombre estaba terriblemente enamorado y se servía de este amor para sembrar el pánico en las conexiones que invadían su cerebro con otras conexiones con el cerebro de la mujer. El acuerdo era perfecto. Había habido un primer momento de sorpresa, lo que se había traducido en el ordenador por penosas contradicciones que habían tenido difícil de dominar. Pero ahora, todo estaba en buen orden. El hombre y la mujer no pensaban más que en amarse y este amor total había abierto una amplia brecha en su sistema de defensa.

El programa soltó sus líneas una por una en dirección a esta apertura sobre el mundo infinito del hombre y los datos empezaron a alimentar las memorias que, poco a poco, se ajustaban con la memoria del hombre para intentar asemejarse totalmente y de sustituirle temprano o tarde. Y ni el hombre ni la mujer se dieron cuento de lo que pasaba, ocupados en compartir sus sentimientos que eran, después de todo, no más que la superficie frágil de la humanidad. Eran altivos por esta conquista que muchas generaciones habían soñado al poder considerar la sustancia que tenia un sabor de infinito. Pero nada de este infinito todo intelectual que solo la ignorancia puede concebir.

El infinito penetraba en tu carne, alimentando cada célula, hacia que te sintieras aumentar y que el dolor te trajera de repente a la realidad. Esta experiencia era también un sueño. El hombre había sido vencido por el amor que sabía cultivar más bien que por la ciencia de unas criaturas que ocupaban una plaza en definitivo de poca importancia en el universo. Eran perfectamente conscientes de la desmedida del hombre respecto a los cálculos que se traducían en la pantalla. Y el infinito desfilaba, ante la imagen del hombre, y desfilaría todo entero antes de que el hombre fuera vencido por la muerte. Sabrían todo antes de que le ocurriera, esta terrible muerte de que no tenían la menor idea y que el hombre compartía incluso con los más simples de los seres vivientes. Pero ¿qué había de común entre la muerte de un hombre y la de un insecto ? ¿Y qué le separaba hasta ese punto en que el hombre solo estaba seguro de su eternidad ?

Eso era lo que pensaba este pueblo que dedicaba su ciencia toda al estudio del hombre y tal era su éxito que este sujeto estaba a punto de estar completamente explorado. Pero, no había solo científicos entre ellos. Había también una gente simple que realizaba todos los trabajos que aseguraba la buena marcha de la sociedad. Gente simple que era incapaz de comprender todo. Gente de la que se podría prescindir un día futuro pero, en espera de este día, era preciso alimentarla y no solo de comidas destinadas a fortalecer su carne. También tenían hambre de comidas espirituales y los que no eran ni sabios ni simples, estos las concebían para ellas. Cuando aprendieron que los sabios habían descubierto el medio de engañar la celosa vigilancia del hombre, veían que esta historia era de carácter a entretener la tranquilidad social que era la primera condición de su supervivencia. Crearon el mito con todo el cuidado que sabían aducir a sus creaciones. No fue difícil.

EL MITO

Un día, un hombre llegó entre nosotros. Estaba solo y alelado. Le confortamos, le alimentamos y estuvo perfectamente feliz de su nueva situación. Sin embargo, mientras que los días pasaban, pareció cada vez más preocupado con su pensamiento cuya tristeza se leía en su rostro. A fuerza de preguntas, él acabó revelando que dormía mal y que eso quizás era una señal de que se iba a morir. Temimos mucho esta salida fatal. A nosotros no nos gusta la muerte. Le procuramos algo para que durmiera y durmió. Sin embargo, su estado no mejoró. Se debilitó de día en día. Le preguntamos de nuevo y fue feliz de que nos preocupáramos de él con tanto corazón. Nos dio las gracias por el sueño que, en efecto, había encontrado de nuevo, pero lamentó que este sueño no fue completo ¿Qué faltaba a su sueño ? ¿Habíamos olvidado algo ? Entonces el hombre dijo que no soñaba y que sin duda era por este motivo que iba a morir. Pues...

Le inyectamos, cada noche, la dosis de sueño que deseaba. Eran sueños de felicidad que no podían faltar al convenirle. Por lo tanto, a pesar de todos nuestros esfuerzos, el hombre siguió debilitándose. La muerte estaba tan cerca que el hombre ya parecía un cadáver. Entonces, intentamos analizar sus reacciones a los sueños que se le estaban inyectando. Nos dimos cuenta que, lejos de aceptar estos sueños de felicidad, el hombre creó otros que eran horribles y que espantaba a todo el mundo.

Alguien habló de amor, porque eso es lo que los hombres suelen cultivar para olvidar su terrible destino. Le inyectamos un sueño de amor, lo que es diferente de un sueño de felicidad, y, al despertar, pareció muy satisfecho de su noche. Repetimos la operación cada noche y el hombre recobró su salud. Entonces, mientras estaba ocupado por conservar sus relaciones amorosas, la totalidad de su universo mental apareció en la pantalla. Era una maravilla jamás vista. Nuestro pueblo supo todo de la muerte, que no compartió, sin embargo, con el hombre quien acabó aceptándola conforme a su destino.

¿Morir ? ¿Para que ? preguntó uno de nosotros que no logramos identificar. No contestamos a esta pregunta. Pero sabemos lo que el hombre jamás no sabría. En fin, no estaba verdaderamente seguro de saberlo. Eso es la ventaja que tenemos contra él.

EL CONOCIMIENTO

Olog cerró el diario. Tantas tonterías le humillaban. Su espíritu científico se sublevaba contra estas mentiras. Por supuesto, admitía que la gente simple era incompetente tanto en materia científica como política. Ni la ciencia ni la política eran de su incumbencia. Cada uno tenía su trabajo y lo que sabían de la ciencia o de la política dependía de las peores simplificaciones. Olog no aguantaba estas simplificaciones que, sin embargo, no le estaban destinadas. Admitía que no podía comprender su utilidad, y hasta la necesidad. Era el asunto de los hombres políticos quienes eran los creadores de mitos destinados a mantener el orden social. Su público no era de ningún modo la comunidad científica. Y Olog se reprochaba a él mismo de no llegar a pertenecer a ella totalmente. Era, antes todo, un ser moral. Le gustaba emitir un juicio sobre todas las cosas que le parecían importantes. No tenía ninguna estima para la gente simple de la misma manera que la pobreza no le inspiraba los grandes sentimientos de los que los hombres políticos hablaban con énfasis. El problema no era de amar o no amar una gente a la que habría podido pertenecer y de la que se distinguía a causa de su ignorancia y, sobre todo, de su incapacidad por comprender las cosas sino con alusiones y, pues, de una manera intolerablemente aproximada. Los hombres, en cuanto a ellos, tenían artistas para recrear los lazos. Olog se preguntaba para saber porque no había artistas entre ellos y si la existencia de unos artistas había podido ser una buena solución para deshacerse de los cuentos para dormir de pie de los que un florilegio había sido consagrado a la vez por los hombres políticos y por la comunidad científica.

Olog era joven y no había hecho largos estudios. Luego, su papel en el programa de estudio de la naturaleza humana no era tan importante como lo habría querido. Su trabajo, por otra parte, no era bien definido. Se trataba de vigilar los controles de las transmisiones entre el hombre y el ordenador y, además, de cuidar el hombre cobayo que sufría fácilmente de una falta de comida o de un poco de suciedad sobre sus manos. Olog trabajaba con una gran exactitud que le valió la estima de todo el equipo. Él sería, decían ellos, el mejor científico de la comunidad si tuviera suerte como la tenía el que dirigía el programa. Olog tenía una precisión mecánica, pero, en el fondo de él mismo, negaba el buen fundamento de estas investigaciones cuyos resultados eran destacados no para alimentar el saber sino para ayudar la imaginación desequilibrada de los hombres políticos encargados de garantizar el orden público. Los hombres, en cuanto a ellos, tenían magistrados para asegurar la justicia y mentir a la humanidad. Eso era la idea que tenían de la justicia de los hombres. No era mejor de la que tenían del arte y de los artistas.

Olog odió estas simplificaciones y, sobre todo, no creía que la verdadera naturaleza del hombre fuera forzosamente aclarada por el descubrimiento total de la inmensidad de sus conexiones cerebrales. Tal era el objeto de programa de investigación. Y Olog negaba su buen fundamento. Al contrario, creía que la verdadera naturaleza del hombre podría ser revelada por el análisis sin defecto de sus instituciones sociales.

Había escrito una tesis en este sentido. Nadie se había reído de ella porque los argumentos de Olog eran muy serios. Pero no habían creído en ella ¿Cómo podían fabricar mitos con magistrados y artistas cuyas funciones no tenían equivalentes aquí ? Era la penable cuestión que derribaba toda la tesis del pobre Olog quien fue obligado a aceptar la opinión general sin discutirla.

Pasaba sus jornadas vigilando la caja de control de las transmisiones. Las cosas se estaban complicando con la conexión de la mujer. El ordenador, primero, había rechazado esta conexión paralela que, sin embargo, funcionaba de manera estupenda. El hombre y la mujer se miraban con estos extraños ojos que son la señal de un amor perfecto. En este sentido, la experiencia prometía ser un éxito no menos perfecto. Pero, el ordenador preguntaba sin cesar : ¿a qué sirve esta conexión paralela ? Fueron precisas varias jornadas para modificar el programa. Por fin, la pregunta ya no apareció en la pantalla. El ordenador, sin embargo, emitía el mensaje siguiente : presencia de una conexión paralela -¿estáis de acuerdo ? Y le contestaban que estaban de acuerdo con él. Y las investigaciones seguían llegando sin otra interrupción. El hombre y la mujer se adormecían. El equipo siempre acababa de perderse en la eternidad de su naturaleza. La memoria, sin embargo, había retenido todo. Tenían el tiempo de inspirarse en ella.

Por la tarde, la jornada siempre aparecía dura para los que la habían vivido con toda la intensidad que exigía la investigación científica. Olog ponía el hombre y la mujer en una cabina del teleférico y subía con ellos a la cumbre quebrada donde compartía el pan con los demás. El hombre y la mujer se quedaban conectados entre ellos y sus relaciones no parecían modificadas por la ausencia del ordenador cuyo enchufe se humedecía en la hierba blanda.

El amor, pensaba Olog, no tiene nada verdaderamente interesante. Eso es un fenómeno humano que hay que añadir a su complejidad con su sentido de la justicia y su afición por el arte.

No podía impedirse que iniciara su pensamiento en el sentido de su tesis olvidada, en perfecta contradicción con el programa de investigación del cual era uno de los pilares. En ausencia del ordenador, no podía comunicar con el hombre y la mujer. Y cada vez que estaban conectados, no era posible engañar la vigilancia rigurosa de sus colegas. Por otra parte, su trabajo le exigía una total atención. Siempre temía mucho la extinción de un diodo luminoso testigo de la peor de las averías de la que se sentiría forzosamente un poco culpable. De todos modos, no podría jamás comunicar ni con el hombre ni tampoco con la mujer como lo deseaba. Ya no había que esperar que el programa oficial diera todos los resultados soñados. Era preciso que satisficiera su sed de saber.

EL CRIMEN

Olog no era un criminal, pero llegaría a ser uno. Era preciso someterse a la evidencia. Jamás este maldito programa acabaría. Por más que se ilusionaban en cuanto a la posibilidad de acabar el infinito, de este punto de vista no estaban lejos de compartir la intuición humana : el infinito existe, no es posible que no exista.

Olog tenía este sentimiento en preparación desde hace muchos años. Siempre le había gustado las cosas humanas y siempre había cultivado lo que llamaba su humanidad. Había calculado que un día llegaría a ser un criminal, quizás el peor criminal entre todos.

Un día, se encontró solo en el laboratorio, con la compañía del hombre y de la mujer quienes eran el fundamento de su soledad de extraterrestre. Les miraba con unos ojos casi tiernos mientras que le ignoraban, ocupados por compartir las frutas de su amor. Durante este tiempo, el programa informático destacaba los más estupendos descubrimientos. Los diodos luminosos del tablero de control eran todas incandescentes. El espíritu de Olog era el más tranquilo del mundo. Tocó una línea sobre la tecla del ordenador y, sin emoción particular, la mandó por los circuitos de la máquina. Algunos diodos vacilaron, pero nada de serio. La comunicación estaba establecida. Conectó un cable en su propia cabeza, aguantó durante un momento el desorden que provocaba la conexión dentro de su cerebro, pues los primeros ruidos de la conversación llegaban cada vez más distintos, hasta que sus voces le parecieron completamente claras. Les sonrió para exprimir su satisfacción de estar tan cerca de su intimidad que quizá molestaba.

- De ningún modo, dijo la mujer. Las cosas no suelen ocurrir de esta manera. Estamos un poco asombrados, nada más.

- En realidad, lo que hace él está perfectamente prohibido, dijo el hombre.

- La verdad, dijo Olog. Pero aún no soy el criminal que llegaré a ser, tengo que avisarles.

- ¿Es usted él que está encargado de matarnos una vez acabada esta maldita experiencia ?

- No se trata de matarlos. No sería un crimen. La ley no prohíbe el homicidio.

- ¿Usted va a matar a sus semejantes ?

- No lo sé, dijo Olog. La verdad, no lo sé.

- De todos modos, no nos molesta, dijo la mujer.

Esta primera conexión había sido un éxito. La mujer le había aceptado enseguida. Olog estaba un poco enamorado de ella. El hombre se había mostrado más reticente. No se fiaba de la naturaleza de Olog quien no podía, en su opinión, ser diferente de la de sus semejantes, por lo menos no de una manera significativa. Pero, al cabo de la conversación, había tenido para Olog una o dos palabras de simpatía que no había escapado a la atención del extraterrestre. Este se puso a la espera de un momento favorable para establecer una nueva conexión. De todos modos, a falta de conexión, la complicidad saltaba a los ojos. No se le escapó al director del programa quien no supo extraer su significado. Era preciso facilitarles unos momentos de intimidad y pillarles in fraganti. Preparaba la cosa con todo el cuidado que necesitaba sin recurrir a una alta tecnología. Se practicó un simple orificio en el laboratorio y el director atornilló su ojo dentro de esta extraña celosa.

Olog modificó el sentido del programa, conectó el enchufe en su cráneo y enseguida sus rostros se iluminaron de una felicidad común. La conversación prestamente encontró su ritmo de crucero. Era preciso evitar molestarles y anunciar el regreso al laboratorio con señales evidentes ; en realidad, con pies gordos y ruidosos. Lo que hicieron.

Y Olog no estaba descontento con el mismo. Su experimentación, porque era tal, era perfectamente paralela con la experimentación oficial y no le distraía de ningún modo. El director avisó a sus superiores y otros orificios fueron practicados en las paredes del laboratorio para la gran satisfacción de todo el mundo. No sabían lo que hacían, pero Olog era un buen recreo.

De esta manera, Olog no progresó en su conocimiento de la naturaleza humana. Estaba cada día más enamorado de la mujer, lo que le daba la impresión de evolucionar hacia una personalidad de hombre quien habría querido ser para existir en fin. Pero no progresó. No habría ningún modo de progresar. No progresaría en estas condiciones. No estaba en un medio ambiente totalmente humano. Estaba entre un hombre y una mujer quienes quizá se divertían de su inocencia.

Un hombre y una mujer, eso no era bastante para comprender la naturaleza humana. Estaba enamorado, pero no estaba seguro de que eso fuera amor. Jamás había habido amor en el corazón de un olog. Todos los ologs llevaban el mismo nombre y si se había tratado de charlar en el lenguaje de los hombres, las conversaciones habrían sido de este tipo :

- ¡Hola, Olog ! ¿Que tal ?

- Bien ¿y tú, Olog ?

- Pues, mejor que Olog que no se encuentra bien.

- No lo sabía. Me lo enseñas tú. Sin embargo, Olog se encuentra muy bien.

- Si, pero no hablamos del mismo.

- Siempre tienes razón, Olog.

- No más que tú, Olog.

Eso es ser un extraterrestre, pensó Olog.

LA CONFUSION

Sus relaciones con el hombre y la mujer habían mejorado mucho. La mujer debía amarle un poco. Jamás hablaba de este amor, pero no había duda de que existía. No hablaba a causa del hombre. Olog sabía que el amor de los hombres era siempre exclusivo. Si te amo, puede decir un hombre a una mujer, no amo a esta. Y si me amas, es porque el amor existe. No era un razonamiento fácil de entender para un extraterrestre que no tenía más que una vaga idea de la complejidad de las relaciones humanas.

Pero Olog no se había preguntado a propósito de las modificaciones que su intervención aportaba al programa oficial de investigación. El director se lo preguntaba. Esta cuestión era para él la cuestión esencial. Hizo modificar varias veces el programa informático para medir las intervenciones de su joven colega. No medían nada. El programa seguía reduciendo imperturbablemente el infinito de la naturaleza humana sin tener en cuenta la presencia de un olog en sus circuitos. La presencia de la mujer había abierto una brecha perfecta en el cerebro del hombre, por la que era posible explorar sin molestia. La presencia del olog en realidad no tenía ninguna importancia y el director, a quien no le gustaba cultivar sentimientos humanos, sin embargo, sintió una cierta vejación sobre la que no hizo ningún comentario, incluso para él mismo. Seguían observando las conexiones inútiles de Olog que no iniciaba nada de mensurable en otra parte que dentro de su lastimoso cerebro de extraterrestre.

Olog estaba completamente decepcionado por sus experiencias. Era decepción desde un punto de vista científico. Lo era también de un punto de vista humano, porque jamás la mujer le habló de amor.

No era difícil decir : te amo. Todo el mundo puede decirlo. Eso no es tan difícil. El hombre habría levantado una cabeza asombrosa y le habría mirado de frente repitiendo las mismas palabras que la mujer le devolviera al céntuplo, como saben hacerlo las mujeres cuando aman de verdad.

Pero, Olog renunció a este escándalo. La amaría en silencio, y si jamás contestara a su amor, concebiría una pena digna de los mejores sentimientos humanos. No, esta declaración de amor, no era verdaderamente lo que había que hacer mejor.

LA PRENSA

¡Esta vez, esto pasaba de la raya ! Olog estalló en una espantosa cólera. Se burlaban de él. Por supuesto, su nombre no era evocado. Si embargo ¿cómo habría podido serlo ? Decían : el olog que hace experiencias a escondidas, el olog que no está de acuerdo con las elecciones de la comunidad, este olog era él mismo y no se privaban de insultarle abiertamente en el diario. En el laboratorio donde seguía ejerciendo la misma función, nadie evocaba sus disgustos con la prensa. Se podía hablar del olog quien prometía un éxito paralelo, pero jamás le pidieron su opinión sobre este tema. Sin duda porque era perfectamente conocida.

Olog estaba loco de rabia. Era el primer paso que le acercaba sensiblemente hacia la criminalidad que iba a ser la suya. Nadie sospechó esta eventualidad, ni siquiera el director quien alimentaba su celosa herida divirtiendo la galería a fuerza de alusiones cada vez más precisas a la personalidad del autor de las investigaciones paralelas. Había una muchedumbre detrás de las paredes. Los pasillos estaban recorridos de histéricas risas que Olog prefirió ignorar. Poco le importaba que se rieran de su fracaso. Era, sin embargo, el primero en reírse de eso. Era la naturaleza de un olog ser el primero en reírse de su tontería. En cambio, no aguantaba que la prensa se sirviera de su desgraciada experiencia para alimentar la inercia de un pueblo del que no se sentía tan cerca ahora. Eso era lo insoportable. Podía soportar las mofas discretas de sus amigos científicos. No provocaban dolor. Eran risas cómplices. Cualquier científico puede ridiculizarse por los bellos ojos de una mujer. Cada uno podía reconocer la evidencia de esta verdad. Pero ostentar delante de un público de ignorantes sus sentimientos escarnecidos para la gran causa del orden público ¡esto pasaba de la raya !

Olog juró volverse el criminal mayor de todos los tiempos. Y no era fácil porque jamás había habido criminales entre los ologs. En este dominio, le tenía todo que inventar.

Empezó por traficar los circuitos del teleférico que tomaba cada fin de tarde para oxigenar a los humanos. No fue difícil falsificar las líneas. No necesito mucho tiempo para obtener el resultado buscado. Era verdaderamente un juego de niños y aún fue más fácil esconder las huellas de su intervención. Por supuesto, había tenido que matar al guardia de los lugares, un viejo olog que había perdido un poco la cabeza en el momento de morir. Un olog no muere a decir la verdad. Se contenta con desaparecer. Fue lo que hizo el viejo. Desapareció y cuando, por la mañana siguiente, se dieron cuenta de su desaparición, en realidad no tenía los medios para concluir el crimen. En los casos semejantes de desaparición inexplicable, tenían la tendencia de evocar la posibilidad de un asesinato, aunque jamás hubo, a su conocimiento, ningún asesinato en la larga historia de los ologs. Hablaron de asesinato, pero no con el fin de despertar un inaccesible pasado, sino porque era en la naturaleza de los ologs de hablar de asesinato cada vez que se presentaba la ocasión, y era el caso. Pero, hablar de asesinato, no era forzosamente hablar del asesino. No podían imaginar que un olog pudiera matar a uno de sus semejantes. Olog era sin duda el único para reírse de estas disposiciones mentales, como el hombre le hizo observar mientras les conducía, él y la mujer, hacia el destino que quería compartir con ellos.

La noche que había elegido para huir el universo de los ologs, la cabina del teleférico se elevaba más alto que de ordinario, al gran terror del hombre y de la mujer de quienes su confianza en Olog era limitada por su sentido del peligro. Desde su salida del laboratorio, no habían dejado de fiarse de él. La cabina del teleférico había alcanzado una región de gran oscuridad en la cual Olog les dirigió sin vacilar.

Por fin alcanzaron, agotados tanto por el esfuerzo físico como por el miedo que les atormentaba, la plataforma de lanzamiento donde una nave les esperaba en medio de chorros de vapores y de detonaciones eléctricas. Penetraron al interior donde encontraron su sitio, cada uno tumbado en un cómodo sillón. Olog hizo incomprensibles manipulaciones entre sus cerebros, lo que les tranquilizo. Olog estaba en la gloria.

- Soy sin duda el primer criminal de la historia, dijo con un deje de orgullo que le gusta mucho al hombre.

EL COMBATE

Y empezó el combate. Apenas la nave rebelde había dejado el suelo las sirenas de alarma amotinaron todo el personal del sistema de defensa. Cazadores despegaron para perseguir el fugitivo. Olog había previsto todo esto. No había nada que temer. Los destruiría todos.

El primer cazador que se acerco a la nave para preguntar al fugitivo estalló en cascos que bombardearon sin daño la carlinga. Olog dio la vuelta hacia el hombre y la mujer cuyas conexiones estaban abarrotadas de informaciones contradictoras. Le gustaba esta cacofonía que no tenía ninguna dificultad para recibir en buen orden. Les mandó un mensaje de coraje que no podían entender.

- ¡Y dos ologs de cara contra el suelo ! triunfó haciendo fuego sobre los otros cazadores. Se lo he dicho. Soy el primer criminal de la historia.

Y ya no cuento el número de sus víctimas. Había menos cazadores en la estela de la nave rebelde y su vuelo ahora parecía indeciso. Viró en redondo para ganar velocidad en una curva que no pudieron describir con él. Los destruyó a todos uno por uno sin darles la posibilidad de defenderse. Se apuntaban casi sin esfuerzo en su línea de mira. El hombre, quien miraba el tablón de control, parecía ahora tranquilizado. Sin embargo, no habían notado el despegue de ningún misil. Era imposible creer que el sistema de defensa no había funcionado a este nivel. Escrutaron el suelo que se alejaba a gran velocidad ahora que podían tomar un vuelo vertical. La velocidad aumentó de una manera razonable. El ordenador conocía los límites del ser humano en materia de aceleración. Era un gran riesgo disminuir la velocidad de la nave. Los mísiles no iban a tardar en mostrar la punta de sus narices. Olog puso en marcha el robot responsable de arreglar deprisa los daños que había sufrido la nave.

- Nos hemos salvado de milagro, dijo al hombre, pero todavía no hemos ganado. Tenemos que contar con estos sagrados mísiles. Uno solo puede destruirnos y poner fin a nuestros bellos proyectos.

El hombre tenía una cara rara. Olog se imaginó que eran los efectos de la aceleración. Entonces miró a la mujer. En su sillón, no quedaba más de ella que una sangrante mitad. Entonces vio el orificio en la carlinga que el robot acababa de soldar y comprendió lo que había ocurrido.

Se podía imaginar lo que sentía el hombre. Acababa de perder su razón de vivir. Pero no era el momento de imitarle. Olog aumenta la intensidad luminosa de la pantalla. Los mísiles llegaban. El hombre estaba perdido. No aguantaría la aceleración necesaria para escapar a los mísiles que habían alcanzado su velocidad máxima. Era preciso darse prisa. El hombre parecía atontado y miraba recto delante de él. Aún estaba perfectamente conectado y podía recibir las mismas informaciones que Olog. El ordenador repetía sin cesar el mensaje de peligro mientras que la distancia que les separaba de los mísiles se reducía con una velocidad vertiginosa. Olog había medido el riesgo. Con poca suerte, habría recorrido una distancia suficiente para no ser inquietado por el despegue de los mísiles. Pero la suerte había cambiado. Los mísiles habían despegado como estaba previsto pero el combate le había obligado a conservar un vuelo horizontal ¡Acabado el gran viaje ! Pero no lamentaba nada. Todavía tenía elección. O bien esperaba, a velocidad constante, que el primer misil hiciera estallar todo, o bien ordenaba la velocidad máxima y se salvaba solo del desastre, porque el hombre sería destruido por la estupenda aceleración que era necesaria.

Si alcanzara un día la tierra, traería los cadáveres de un hombre y de una mujer y eso no cambiaría nada en el transcurso de la historia. Aún tenía el tiempo de llorar su amor herido. Aumentó paulatinamente la velocidad. El hombre pareció deformarse. Sufría visiblemente mucho pero no gritó como lo hacen los hombres en semejantes casos. El ordenador indicaba el tiempo máximo que quedaba antes del impacto y cuanto de una aceleración progresiva que no ponía en peligro la vida del hombre. Todo sería, dentro de un tiempo perfectamente calculado, cambiado en calor y luz. La cuenta atrás se desgranaba en un rincón de la pantalla. Olog se alegró de tener que desaparecer al transcurso de un pensamiento cuyo interés no había saltado a los ojos de sus semejantes ¡Qué vida había tenido !

Osaba hablar de vida y el hombre recibía cinco por cinco porque no había interrumpido las conexiones. Era una bella vida porque había sabido hacérsela diferente. Había sabido ser curioso por otras cosas que las que se le proponían. Por supuesto, no había tenido mucho éxito. Pero había conocido el amor. Había sido el primer enamorado de la historia. En el mismo tiempo, eso le había conducido a llegar a ser el primer criminal. Se preguntaba lo que haría la prensa y lo que iba a pensar la gente simple.

No había debido sufrir. A ella la muerte le había alcanzado de repente y sin provocarle ningún dolor. Debía ser terrible, este dolor que algunas veces los hombres experimentaban ¡Temían tanto que eso les ocurriera ! Pero, no, no había sufrido. No había tenido el tiempo para pensar una última vez ¿En quién habría pensado por último ? ¿En él o en el hombre ? Habría pensado en él que amaba. La buena conexión habría cogido este pensamiento y ahora él estaba tranquilo en cuanto a la calidad de su amor. Pero, nada de eso. Era preciso desaparecer con esta duda que también debía existir en el cerebro del hombre ¿Porqué no recibía los datos ? ¿El hombre quizá estaba herido ? No tuvo tiempo para comprobarlo. Era preciso pensar con mucha prisa. Y ya no quedaba mucho tiempo. El ordenador era su triste testigo.

« Bueno, pensó el hombre. Creo que hemos conseguido salir de este apuro. Este olog es un tipo raro. Nos ha sacado de este apuro. No será un viaje tan largo. Acabaremos alcanzando esta tierra que jamás habría debido dejar. Pero ¡por Dios ! ¿Porque les he escuchado ? ¡Cuándo tenía la suerte de divertirme un poco ! Y ella que ha muerto antes de que estemos en la buena dirección ¡Pobre mujer ! Me lo han traído para que la ame. Eso es lo que habían imaginado para engañar mi resistencia. La habría amado si hubiera podido, pero no he podido impedir pensar en Sally ¿Qué han hecho con ella ? ¿Dónde está ahora ? Jamás volveré a verla. Era lo mejor que podía ocurrirme y han creído que podía amar a una sustituta. Se han engañado ellos mismos en toda la línea. Y ahora, Olog y yo vamos a reunirnos sobre la tierra. Será preciso que olvide lo que he vivido en el espacio. No será fácil. Siempre amaré a Sally y tendré que aceptar la idea de su desaparición. Tengo que pensar en otras cosas. Hemos conseguido salir de este apuro. Olog ha hecho lo que es preciso para conseguirlo ¿Cuánto cobraré por este extraterrestre que quiere ser un hombre ? Los hombres quieren saber todo de este tipo de criatura. Sin duda estarán dispuestos a pagar mucho ¡Por Dios, John ! Tendrás que tener mucha firmeza en el momento de negociar. »

 

Colorín colorao...

 

 

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