No hay lluvia en este relato. Te lo aseguro. Si hubiera cualquier tipo de lluvia, te lo diría antes… antes de caminar contigo. El sol tampoco aclara las cosas de la cuneta. No son flores, ni cadáveres. Si te asomas (¡no tanto !) veras lo que son. Yo no me acerco. Mi lumbago. Y la bicicleta. Como tiene dos puntos de contacto con la realidad, necesita un tercero, y soy yo. Sí, sí, es muy simbólico de lo que nos ocurre. Sin bicicleta, no tenemos ningún sentido. Tú, yo y la bicicleta. Y la cuneta. ¿Qué haríamos sin cuneta ? Ni me atrevo a soñarlo. A eso lo llaman cercado. ¡Porqué ? Porqué cerca. Mira cómo cerca. Pero tú no te acerques. Pincha, sí señora. Y en profundidad. Los animales también. Y mueren de vez en cuando. Sí, lo sé que no hay cadáveres. En la cuneta no. Más allá, supongo que hay. Un montón no. Supongo que si montones hay, los veríamos. Y no vemos nada. Aparte del verde que, si no me equivoco, es el color de la hierba. Está no. De esa que se comen los animales. Y también carne. La carne roja. Si no hay sangre en la carne, se pone verde, como en las películas, pero no estamos rodando una película. Eso no es nuestro oficio. Nosotros, caminantes. ¡Claro que con camino ! Se puede concebir un camino sin caminantes, pero al revés no. Sé que la hierba, que puede ser carne sin sangre, no es un camino y que de este punto de vista, se puede considerar que no hay camino a pesar de que hay un caminante. Con o sin bicicleta. A menor que subes en la silla, con dos puntos de contacto con la realidad. Pero claro que sin el sentido del equilibrio, no andarás tan fácilmente. Así que no subo y me quedo con tres puntos. Un cuarto no. No lo necesito. Sí que te necesito, pero no como punto.