Del robo no sé nada. Mescal robaba. Entraba y robaba. No huyó nunca. Siempre con lentitud, tranquilidad. Calles de noche. Con la luz de mi mirada. Yo y la ventana. Levantando la cortina hasta mis ojos. Apenas. Mirando el otro lado de la calle. La luz esparcida a la superficie de los adoquines. El ruido regular de sus pasos. Su desaparición casi instantánea. La cortina cae. Teatro de mi angustia. Una hora más tarde, reaparece. Toma una copa. “Nada de joyería…” Su mano acaricia la cartera. “Dinero… poco…” ¿Y qué ? El dinero, lo encerramos en la hucha. Cochinillo de porcelana. Con la nariz escarlata. El martillo al lado. Por si a caso… “¿Has escrito algo hoy ?” No escribiré nunca más. “Mañana… quizás… — ¿Algo sobre mi propio talento ? — ¿Por qué no ? —Talento tengo… — Yo no.” Abre la chaqueta y saca una pluma. “Oro. Mira la marca…” de tinta, nada. Yo y mi inspiración. Un sueño fracasado. “Mañana robaré la vieja. — ¿La del paragua ? — No. Esta no tiene tanto dinero. — Debe de ser la viuda con su peine de marfil. — ¿Esta !” La conozco. De vez en cuando, parloteamos en el vestíbulo. Sabe de poesía. Tanto como yo. Pero no practica. No conoce este dolor. ¿Sí que he notado el anillo ! ¿Cómo mirar sus manos sin verlo. Oro y no sé qué piedra. “Le cortaré el dedo. ¿Puta !” Su madre, no. Ni siquiera una conocida de las cosas del placer. Mujer envejecida con señales de riqueza. No me acuerdo su mirada. Ni sus labios, que deben de ser poco encantadores. La edad. Y yo la inspiración. No me dieron nada. Y con la nada, ¿qué podía hacer mejor sino buscar la inspiración ? “Veras… — Gritará… — No quiero pensar en su dolor. Debo concentrarme. La presa es de oro, no de carne, ¿entiendes ?” Comienzo de una nueva era de inspiración poética. Por lo menos, él me da la primera palabra. Luego, actúa como yo no sé actuar. Me deja solo con la continuación. Como siempre. Veremos.