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Aprendimos a inyectar
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 Article publié le 4 septembre 2022.

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No puedo negar que tuve muchas tablas como maestro, basándome en las experiencias de mis dos abuelos y mi madre.

Todo me salió sin querer queriendo, cuando en una noche del mes de febrero de 1963, se puso muy mal mi primera hija Atalita y busqué recorriendo a todos los médicos de la ciudad y no hallé a ninguno. Alguien me habló del Doctor Correa, y fui a buscarlo a su casa, en la calle Real de Guadalupe. Me atendió su esposa, a quien le conté lo de mi hija y ella, muy amablemente me indicó que su esposo estaba en el Seminario Conciliar de Chiapas. Me pidió que no le informara de cómo pude encontrarlo

Al seminarista que me atendió le dije que buscaba al Doctor Correa, porque tenía yo una emergencia que sólo él podía atenderla, pues no encontré ningún otro médico en San Cristóbal de Las Casas, más que él. Le di mi nombre y fue a buscarlo. Minutos después de que salió, lo puse al tanto del estado de salud de la mi primogénita y noté como su preocupación afloraba en sus gestos y tono de voz, al saber de los síntomas y la edad de la paciente.

En su coche me fuimos a la farmacia de turno, a comprar los medicamentos para tratarla. Me preguntó si tenía jeringa, porque era necesario aplicarle tres ampolletas de un corticoide recién salido al mercado.

Al llegar a la casa con su maletín, entramos directo a la recámara. Hizo algunas preguntas a Chanita, la mamá y con el estetoscopio estuvo escuchando el pecho de la niña.

---Como supuse ---dijo--- urge ponerle la primera inyección. ¿Quién de ustedes inyecta ?

Nos vimos a los ojos y negamos moviendo la cabeza.

---Yo la inyectaría si supiera, doctor ---ella no ocultó su deseo de hacerlo.

---Jorge, vea en la cocina si hay una naranja o una lima y la trae, por la favor.

Encontré dos naranjas y se las di al médico. Con la más grande y madura , fue indicándole a Chanita cómo debía de hacer para inyectarle un líquido ; en ese caso sería agua. Con toda paciencia le fue señalando sus errores, hasta quedar satisfecho. Y me mandó a la cocina a hervir la jeringa y unas agujas. Tres nuevas que obtuve en la farmacia. Me alegró mi iniciativa, pues por ser cortas, servirían para inyectar a Atalita.

Las puse con el émbolo de vidrio, en un estuche metálico que me había regalado Papito, junto con una pinza larga de presión, para sacarlo del fuego. Una vez que el agua hirvió, pude prensar si con la pinza el recipiente de acero inoxidable y lo llevé a la recámara. El galeno nos fue dando las instrucciones de cómo preparar el líquido y mostró en la nalguita de la bebé, la zona del cuadrante que podía utilizar para poner las inyecciones. Le di a mi esposa una torunda con alcohol y armó la jeringa para extraer el contenido de la ampolleta. Ambos cerramos los ojos orando y luego, levantando la piel le puso la inyección. Para tal fin, yo me había sentado sobre una silla y sostenía sobre mis muslos a Atalita, boca abajo, sosteniéndole las piernas y el cuerpo para que no se moviera. Trató de hacer algunos movimientos, para luego quedarse quieta llorando un ratito.

 ---¡Bravo, bravo ! ---dijo Correa--- han logrado aplicar una inyección perfectamente.

El doctor se quedó a cenar con nosotros. Mi esposa hizo unos antojitos yucatecos que saboreamos con fruición, y en la sobremesa platicamos de todo. Chanita le contó a nuestro invitado, de nuestra difícil situación económica, pues dependíamos de lo que mi madre nos enviaba. Mis abuelitos nos proporcionaban techo y comida. Yo aportaba lo que eran mis ganancias, gracias a la pintura de publicidad. Y por el hecho de que estaba cursando el cuarto año de la Carrera de Leyes, en la Escuela de Derecho, de la cual él era el Director, se me complicaba con mis horarios.

El Médico estuvo hasta cuando aplicamos la segunda inyección, y luego de escuchar los pulmoncitos de mi nena, muy feliz nos dijo que la congestión había disminuido notablemente.

---¿Cuánto le debemos, doc ? ---quiso saber mi esposa.

---Descontando lo de la cena, que estuvo riquísima, por cierto, lo espero mañana ---observando su reloj, dijo--- bueno, pasado mañana, porque hoy estaremos desvelados.

Con esta experiencia aprendimos a inyectar y al tercer día de la desvelada me fui a la Escuela de Derecho para ver de qué me iba a hablar el doctor Correa, para pagarle el tratamiento fe Atalita.

---Lo estaba esperando amigo Jorge , espero que la nena ya esté bien y que nuestro desvelo no haya sido infructuoso.

---Gracias a Dios y al tratamiento de usted, está muy bien. Bueno, ya estoy aquí en espera de sus órdenes para pagar mi deuda. Ahí me enteré de que iba a ser Maestro de Secundaria.

 

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