Escenario. En uno de los cafés, en el Berlín de entre guerras. Dos hombres platican con un vaso de fuerte brandi como acompañante ante su mesa, que está coronada por una botella. Ambos, Rudolf y Alan platican. Rudolf es más bien de buen talante, ataviado con saco y corbata, un abrigo de piel encima. Es de ojos muy profundos, con espesas pestañas y cejas cejijuntas. Alan, con aspecto más jovial pero no por eso más joven, viste con menos elegancia que su interlocutor, aunque sus maneras son algo más bruscas.

Al abrirse el telón, Rudolf habla.

Rudolf. No me gusta para nada el aspecto que están tomando las cosas.

Alan. ¿Te refieres al costo de los alimentos ?

Rudolf. Eso solo es una vaga expresión de todo el problema.

Alan. ¿Entonces ?

Rudolf. Estamos viviendo en algo muy artificial.

Alan. ¿En qué sentido ?

Rudolf. Cómo si solo fuera una falsa imagen.

Alan. Es que ves enemigos donde no los hay.

Rudolf. Pongamos por ejemplo ese tal Adolfo Hitler.

Alan. Si. Sé a quién te refieres.

Rudolf. Tiene una prosa incendiaria, pero su discurso de superioridad, se cae ante su aspecto enfermizo.

Alan. No te creas. El elogio y la adulación, son venenos muy potentes para el alma.

Rudolf. Eso es lo que me preocupa. Su efecto sobre una juventud adormecida por los halagos.

Alan. No creo que llegue más allá.

Rudolf. Se está gestando algo que nos afectará muy pronto.

Alan. El pasado tiene peso. Y nos sigue los pasos.

(Ambos alzan sus vasos, brindando y el telón cae terminando la obra).